Un señor, concentrado, lija botones. Su mujer, al teléfono, comenta esa situación y la define como recurrente. El señor es Alfredo Serra. Él y Rómulo Berruti son los protagonistas de este documental. Serra y Berruti son periodistas veteranos, con muchos viajes hechos y que han conocido a muchos personajes importantes. Su amistad es más que veterana, hasta se hace mentira que haya tenido un principio, aunque ellos lo relatan. Serra y Berruti relatan todo (todo lo que quieren), son maestros en el arte de convertir toda vivencia -y han vivido- en anécdota bien contada, bien pausada, bien condimentada. Y bien regada, porque el whisky de calidad es compañero permanente en las reuniones entre los dos amigos. ¿Y los botones? Los botones son la gran pasión de estos amigos: el fútbol con botones. Los botones son los de la ropa, seleccionados especialmente por sus condiciones. El fútbol es fútbol con todas sus reglas, sus tiempos, su folklore, sus obsesiones, sus análisis. La disposición de los botones en la cancha puede ser clásica (4-3-3), pero también puede ser más "bilardista".
La película dirigida por Daniel Casabé y Edgardo Dielekese destaca con nitidez entre los muchos documentales argentinos que se han estrenado en los últimos años. Y no solamente por el nada menor mérito de encontrar dos retratados de gran carisma y elocuencia y con una pasión estrafalaria (aunque, a fin de cuentas, Internet parece indicar que no lo es tanto). Cracks de nácar se desmarca, además, del dominio temático político-social que aqueja a tantos documentales locales en busca de financiación. Y se interna en el mundo del juego, la pasión, la bebida disfrutada, la amistad, la fantasía: ejes mucho más perdurables que las ruidosas y en muchas ocasiones acomodaticias reverencias ante la coyuntura política. Además, la estructura de Cracks de nácar no carece de méritos: hay una línea narrativa acerca la preparación para un desafío inminente, un clásico sudamericano por acontecer. Y bajo el paraguas de ese distractor se da forma a lo que prevalece: la amistad y las anécdotas compartidas e individuales de Serra y Berruti. Detrás de eso se dibuja un modo de ser porteño: un modo de hablar, un modo de ver la vida en la ciudad, un modo de entender el humor y el asombro. Un modo en extinción del cual estos dos amigos son representantes cabales.
Con buen criterio, Casabé y Dieleke entendieron que éste no era un documental para ser presentado con estilo crudo y áspero, o con montaje veloz, o con sonido defectuoso. Pero Cracks de nácar necesitaba ir más allá de la plácida prolijidad, requería cierta etiqueta en la forma, efectivamente provista por certeros detalles como los segmentos en los que se presentan a los jugadores -con tipografía y lenguaje de noticieros antiguos- y por una secuencia de apertura notable. La estética de los títulos nos anuncia la entrada al mundo amable y socarrón que habitan Serra y Berruti o, mejor dicho, al mundo que ellos crean con su amistad y su pasión por el fútbol con botones.