No toca botón
Este singular y extraordinario documental ficcionalizado de los directores Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, Cracks de nácar, hace culto del aspecto lúdico como una celebración de un ritual que jamás debería perderse en la vida porque la conexión hacia un mundo de fantasía -o una realidad diferente a la más acuciante- forma parte de una de las riquezas del alma.
Pero por otra parte, el trabajo y la aproximación que los realizadores hacen tanto de sus personajes, en este caso nada menos que los periodistas Rómulo Berruti y Alfredo Serra, el primero reconocido como crítico de teatro y cine, conductor del legendario ciclo televisivo Función privada, el segundo, corresponsal de guerra de los grandes diarios, se entrelaza de manera casi mágica con el hobby y pasión que los hermana: el fútbol con botones, juego que trasciende fronteras y reúne ligas y aficionados por todo el planeta, entre ellos, los particulares Rómulo y Alfredo, que se han aggiornado a los cambios tácticos del futbol moderno para adaptar las estrategias de ubicación de sus botones en la cancha de vidrio en la que disputan religiosamente partidos memorables de noventa minutos cuando se enfrentan sus gloriosos equipos Newbery y El pampero cada vez que se encuentran a jugar.
Ambos se prestan al código y juego propuesto por los realizadores tanto como protagonistas absolutos de este ritual maravilloso que cosecha anécdotas, hazañas e incluso una dedicación casi exclusiva al trabajo artesanal sobre cada botón, que también tiene su historia e identidad como si se tratara de un jugador que ha resistido al paso del tiempo; a las marcas, defectos y el desgaste en el material o sencillamente como protagonistas de partidos imborrables.
Así, la biografía deportiva del botón Bordenave en el caso de Alfredo o Santiago para el jugador Rómulo Berruti se integra con absoluta coherencia en la dimensión lúdica que prevalece en este relato.
Lo increíble entonces se mezcla de manera inteligente con lo verosímil y de allí simplemente a la creencia de que todo lo que se ve en pantalla, en ese pseudo registro espontáneo, existe. Ese logro con mayúsculas hacen de este singular film una rara avis dentro del mismo género que apela al humor, a la auto parodia y a la frescura narrativa como tres pilares que sostienen con justeza la película, estructurado en viñetas como uno de los recursos más interesantes para evitar el desgaste, la repetición, en lo anecdótico.
A lo que debe sumarse un interesante aporte de la animación y la insustituible banda sonora con canciones, cuyas letras repasan la historia de estos dos amigos que en sus épocas de juventud compartieron su pasión por el periodismo, su desencanto por la carrera de abogacía y su niñez interminable (que aún hoy perdura) en el juego de futbol con botones para coronarse Cracks en el manejo de los minúsculos gladiadores de Baquelita, hueso, plástico o el preciado nácar, que hace más fácil el desplazamiento en el campo de juego.