Creed: Corazón de Campeón, como sabemos, es la nueva de Rocky. Pero en inglés la palabra “creed” significa un credo, un sistema de valores o creencias. O sea, cuando la leemos en una oración, no remite necesariamente al personaje de Apollo Creed, el contrincante original de Rocky. Podría tratarse, entonces, de cualquier film, incluso de una nueva franquicia. Esto es importante, porque Creed, la película, cuenta la historia del hijo ilegítimo de Apollo, quien se apellida Johnson, como la madre, y procura trazar su propio camino. El joven Adonis quiere que la fama lo alcance por sus méritos como boxeador, no por el peso de un nombre/ marca patentado en los años setenta. Y la película misma, como objeto cultural, se propone algo parecido. Pero lo hace al titularse, precisamente, Creed. Es decir: no es Rocky, el padre cinematográfico; es Creed, el hijo pródigo.
Lo más interesante de la película es cómo vincula lo narrativo con lo metanarrativo: Adonis lidia con la pesada herencia de Apollo de la misma manera que el film Creed lo hace con la carga simbólica del clásico Rocky. ¿Y cómo se logra semejante hazaña? Al aceptar el legado de los padres, sin por eso dejar de renovar. La película abunda en citas a las recordadas peleas de antaño. ¡Adonis hasta las mira por YouTube! Y el veterano Stallone no aporta un mero cameo, sino que participa como uno de los protagonistas, un zorro que sabe más por viejo que por zorro y que entrena al inexperimentado Adonis para luchar contra un supercampeón británico. Pero, al mismo tiempo que vuelve sobre la Rocky de 1976, esta nueva versión 2016 genera un clima distinto, más cinético, y construye un personaje principal con una historia de vida que no se parece tanto a la del Balboa de Stallone.
En este sentido, Creed: Corazón de Campeón se asemeja a la última de Star Wars, como apuntó el crítico Diego Lerer en una reciente columna. Si el sistema hollywoodense actual se mantiene a flote sobre la balsa de sus personajes y franquicias más reconocibles, es destacable que estas dos películas, en vez de hacerse las distraídas, se enfrenten a esta serialización del cine y, como en una sesión terapéutica a gran escala, busquen una identidad moderna pero siempre en el contexto (reiterado, resaltado) de sus antecesores. No se trata, obvio, de tirar la torta por la ventana y arrancar de nuevo, de generar arte rebelde. Son propuestas comerciales para el consumo masivo. Pero intentan darle alguna vuelta de tuerca a los esquemas cada vez más estrechos del mercado globalizado. Y lo hacen no a pesar sino a través de las directivas del pasado.