Más drama que testosterona, la formula infalible
En 1976 Sylvester Stallone escribió el guión para una película que protagonizó, y asi entró a la historia del cine como Rocky Balboa. Ahora, cuarenta años más tarde, Stallone pasa en limpio los balances y las cuentas de vida en lo que al legado de Rocky respecta. Lo llamativo aquí es que esa especie de antorcha pasa a los puños del hijo de Apolo Creed, su gran amigo y oponente en el cuadrilátero.
Durante la década del 80, la contextura física Sylvester Stallone lo posicionó como una de las figuras más singulares del cine americano en la pantalla grande. El actor fue la idónea herramienta para una metáfora cinematográfica y política concreta, que primaba al músculo sobre el cerebro. Poco quedaba del Rambo de First Blood (1982), película que en su instancia inicial resulto un llamado de atención a la sociedad respecto a la condición marginal que la sociedad daba a los ex-combatientes. La saga habría de desvirtuar su mensaje fundacional llevando los músculos y calibres de Rambo a las tierras de Oriente y, a cuanto escenario belicista requiriese que se apretara un gatillo en nombre de Reagan u otras gestiones de gobiernos republicanos en los Estados Unidos, a modo de recurrente paradigma del cine de acción de aquella década.
Rocky Balboa en los 80 tampoco pudo eludir el signo de los tiempos y debió “hacer patria desde el cuadrilátero”, de modo que Apolo Creed y Rocky Balboa se enfrentarían a Ivan Drago, exponente soviético definitivo, forjado en la frialdad de la ciencia, el deporte de estadística y sin pasión; una impronta política que desafiaba al reaganismo y al sueño americano. Entonces los Estados Unidos estaban poco avezados en corrientes de pensamiento de diversidad, por lo que en Hollywood no estaba muy bien visto que un héroe afroamericano salvara el estilo de vida americano, de modo que Creed pasó a ser un mártir para la causa.
No quedaba otra instancia que acudir a un (anti)héroe descartable de la clase trabajadora como Rocky, poniendo el cuerpo como referente de una política militar revanchista, hecha carne en el eterno contendiente que entonces subiría al ring, no solo para salvar la memoria de su amigo, sino para recuperar las malogradas cartas diplomáticas de los Estados Unidos como potencia mundial. Luego de aquel episodio signado por el choque sistematizado de los bloques de Oriente y Occidente, todo volvería a la normalidad en la saga del semental italiano con relatos ceñidos por una impronta melancólica.
La saga de Rocky es una de las franquicias más emblemáticas del último siglo del cine. Rocky Balboa trasciende al marginal de turno devenido en deportista y epitome del sobreviviente redimido por el mundo del boxeo, que adquiere dimensiones de leyenda en su ciudad. Imposible olvidar las fanfarrias de las trompetas en aquella primera película de John G. Avildsen, escrita y protagonizada por Sylvester Stallone como el contendiente de Apolo Creed, entrenando durante invernales jornadas de running, sumando seguidores a cada paso en las calles de filadelfia.
Hoy, el relato de Creed funciona a muchos niveles, incluso ajustándose a una estética épico-deportiva, tomando a Adonis Creed (Michael B. Jordan) como un joven “príncipe” sofocado por la sombra y el legado de un padre/rey ausente. Como bien rezan los dichos: “La sangre tira” y Adonis, un joven formado entre los privilegios de la clase alta, acometerá con la furia de su fibra más íntima para desafiar la leyenda de un padre que nunca conoció y que todo el mundo admira. De padre a hijo se transfiere el talento, la potencia para los Crochet, jabs, directos y uppercuts, sin embargo, Adonis Creed tiene un camino por recorrer y una historia que contar.
Adonis se hace camino al andar, por lo que para entender el legado de su padre va en búsqueda de Rocky Balboa, el hombre que mejor lo entendió tanto arriba como fuera del ring, funcionando como analogía, revés de la trama y esencia misma de la saga de Rocky.
Creed aborda la relación de mentor- discípulo y viceversa, explorando a seres frágiles a pesar de su imponente estatura, mediante un relato que alude a los golpes de la vida y esas instancias en las que se necesita un hombro amigo en el cual apoyarse para continuar. La película de Ryan Coogler (Fruitvalle Station) evidencia los matices de personajes que tienen más corazón que necesidad de dar batalla. Creed, corazón de campeón es una película que es capaz de valerse por sí misma y a su vez llegar a la esencia misma de la saga de Rocky, entendiendo que el secreto estuvo siempre a la vista de todos: más drama que fuerza y testosterona.
En Creed, corazón de campeón el realizador y guionista Ryan Coogler venera la mitología con la que se encuentra trabajando; pero como hizo J.J. Abrams con Star Wars Episodio VII, se permite realizar una deconstrucción respecto a las películas precedentes de Rocky, con todos los dramas personales y deportivos implícitos.
Creed se gana su pulso e impronta en lo que se asume será su propia saga, no sin antes, como una suerte de liturgia, venerar a sus ancestros, mediante un relato sustentado desde nuevas estéticas y composiciones narrativas actuales con el punto de vista en Adonis Creed, un personaje que se constituye como tal desde el legado Apolo y desde Rocky, a modo de un eco remanente entre las dos historias.