No conozco las reglas del boxeo. Nunca estuve en una pelea en vivo ni las he visto por televisión. Mi relación con el deporte es puramente cinematográfica. Para ser más precisos: boxeo para mí significa Rocky Balboa. Dicho esto, creo que “Creed” habla del poder del cine en varios sentidos. Primero le expuesto, que también sucede con el béisbol, o el fútbol americano. La pantalla grande funciona casi como un curso avanzado. No dominaremos los tecnicismos claro; eso es extra-cinematográfico. Toda la información está EN la película.
Este factor se combina con otra virtud: la fuerza del relato. Así como entendemos lo que sucede en el campo de juego, registramos de inmediato a sus protagonistas, dentro y fuera de la cancha. En “Creed”, estos son Rocky (Sylvester Stallone) y Adonis (Michael B. Jordan), el hijo de Apolo Creed; y lo que hace el director y guionista Ryan Coogler es mostrarnos, en un mismo movimiento, que Creed (Adonis) es Rocky. Y como “Rocky” es el cine, “Creed” es el cine. Al espectador puede gustarle más o menos, pero ante este nivel cabal de entendimiento, es imposible que se trate de una mala película.
“Creed” nos trae ese carnaval cinematográfico de frases hechas, secuencias de montaje y lugares comunes de la trama que uno criticaría sin tapujos si no estuviesen tan sabiamente dispuestos por Coogler. Quizá un par de golpes bajos podrían haberse evitado y puede que haya unos minutos de más, pero el trabajo actoral del trío central –los mencionados hombres y Tessa Thompson, en el lugar del infaltable interés romántico- es tan comprometido y convincente que no lo sufrimos demasiado. Se respira además en la película un aire de consciente actualización. Es algo que Sly ya había hecho con la anterior –y exquisita- “Rocky Balboa”. En cada una de las postas, el material trabajado se vuelve presente y vivo, reafirmando y hasta multiplicando su potencia clásica y original. Tal vez el mejor ejemplo de esta operación sea el (precioso) plano de Adonis corriendo mientras un grupo de motociclistas lo acompaña haciendo piruetas a toda velocidad.
Claro está que por más que los mencionados poderes sean garantía de confianza, hay que creerse el cuento, y nadie mejor que el propio cuentista para esta tarea. Stallone –aquí también productor y el film parece co-escrito por él- una vez más se pone en la piel del semental italiano y su corazón enorme traspasa la imagen. No creo que se trate de su mejor interpretación, pero como admirador de su carrera celebro el tardío aunque merecido reconocimiento que la pieza le está brindando.
Usted ya vio esta película, pero créame: verla de vuelta es una gran decisión.