Creed III: largando las rueditas de la bicicleta
Los caminos de la vida no son lo que yo esperaba…
Parecía algo impensado: tener entre nosotros una tercera parte de un spin-off que buscaba seguir juntando los dólares que dejaba un ya avejentado Rocky Balboa. Y viene cargado de varias novedades: ni un ápice de presencia de Sly Stallone, y la dirección de su protagonista. Hoy nos toca hablar de Creed III.
¿De qué va?
Después de dominar el mundo del boxeo, Adonis Creed ha progresado tanto en su carrera como en su vida familiar. Cuando Damian (Jonathan Majors), un amigo de la infancia y antiguo prodigio del boxeo, reaparece después de cumplir una larga condena en prisión, Adonis Creed quiere demostrar que merece una oportunidad en el ring. El enfrentamiento entre estos antiguos amigos es algo más que una simple pelea. Para ajustar cuentas, Adonis debe arriesgar su futuro para enfrentarse a Damian, un boxeador que no tiene nada que perder.
Hay algo en la figura del héroe imposible que ante una situación de vulnerabilidad logra sobreponerse y dar un paso al frente, los yanquis -a los que les gusta ponerle nombre cool a todo- lo llaman el underdog. Y uno de los que primero vienen a la mente es el Italian Stallion Rocky Balboa, un personaje que tiene mucho de su protagonista (no olvidemos que el guion de la primera lo escribió Stallone y ganó un Oscar), mucho de la historia de protagonistas del deporte (como el caso de Chuck Wepner), pero sobre todas las cosas: de lo que generó el público con el personaje que llevaron a más de SEIS secuelas.
Pero llegó Creed en 2015 -seis años despues del estreno de Rocky Balboa– para intentar seguir coleccionando millones de dólares, apalancándose en la figura del héroe original (un Sly mega querible) e intentando forjar a una nueva generación en la piel de Adonis Creed, hijo del gran Apollo.
Esto se llevó al paroxismo en Creed II (2018) que termina siendo una suerte de secuela directa de Rocky IV (por quien suscribe: la mejor de todas) y que enfrenta al nuevo héroe con el hijo de Iván Drago. Pero todo tiene un final, y todo termina… y para la tercera parte Stallone no está.
Y llegamos hasta este punto sin hablar de Michael B. Jordan, protagonista y en este caso director… porque acá es cuando comienzan los golpes.
Dirigir y actuar no es una tarea sencilla, Stallone la llevo adelante en muchísimas de las secuelas, pero siempre demostrando que el amor que tenía por su historia lo llevaba a conocer al dedillo cómo se puede contar.
Jordan se metió en una complicada: no sólo en soltarle las rueditas a la bici, sino en hacerlo sin un Sly que te vaya llevando y te suelte cuando ya tenés envión. Con muchas reminiscencias al anime (del que se declara fanático), el director sumó niveles de dificultad al grabar cosas con cámaras de IMAX. O sea: primera vez como director, siendo también protagonista, sin mentor y con tecnología complicada… hay que subirse al ring así.
Pero todos y todas sabemos que un héroe está definido por sobre todas las cosas por su antagonista, y en este caso es uno de los puntos álgidos de la película: el Damian Anderson (Dame para los amigos) de Jonathan Majors. El actor nos tiene acostumbrados y acostumbradas a encontrar tridimensionalidad a través de la mirada, los silencios y su postura corporal; encontrar entonces un personaje oscuro que venga del mundo pugilístico es casi un regalo divino… y lo sabe aprovechar.
El contrincante es sin duda lo mejor de la película: nos hace odiarlo y amarlo, y nos demuestra cuan grises pueden ser las situaciones cuando se trata de insertar a personas que estuvieron dentro de una cárcel. Las costumbras, las malas amistades, la inserción laboral… aunque todo esté puesto en dosis pequeñas, está ahí en la mirada y los momentos de Major.
El mundo familiar del protagonista es dejado en segundo plano, aunque cuando aparecen su esposa e hija todo se vuelve mucho más humano y “real”.
Y volvemos al meollo de la cuestión: es posible que a Jordan la tarea le haya quedado muy grande. Con un primer acto muy bien llevado todo hace augurar cosas buenas, pero luego de la presentación de Dame todo se viene abajo con lugares comunes y una repetición de fórmulas sin mucha vida. El director parece haber estudiado la estructura tan conocida de las últimas seis Rocky e intentó imitarlas, sin la experiencia o la pasión de su antecesor. Eso se traduce en una suerte de ánima incorpórea que tira golpes al aire. Es imperdonable que estemos ante la secuencia de montaje de entrenamiento más pobre de la franquicia, y que el tema de fondo del abuso no se haya llevado a donde todos imaginamos que fue.
Sin embargo, con buenas escenas de golpes y una historia que nos gusta que nos la cuenten una y otra vez hasta el hartazgo, Creed III es de esas películas que si las enganchas un finde en el televisor, te la quedás mirando hasta el final.