Lo primero que llama la atención de Creed III es la ausencia de Rocky. No solo no está en escena; ni siquiera hay mención alguna hacia el mentor del boxeador Adonis Creed y amigo –luego de ser rival– de su padre Apollo. Stallone había avisado en julio que no iba a estar porque “no sabía si habría un papel” para él, ya que el actor y protagonista Michael B. Jordan y el productor Irwin Winkler buscaban nuevos rumbos para el relato.
Rocky es el ausente más presente durante las dos horas de una película que se cuida de no incluir ni una referencia sobre él. Podría suponerse que murió, en tanto su salud estaba en una espiral de deterioro al final de Creed II. Pero ni una punta para saber su destino. Creed III parece por momentos un asado sin carne, una reunión familiar sin el pater familias en la cabecera de la mesa.
La película podría haberse llamado “Boxeando por la gloria” o de cualquier otra manera, porque su filiación ya no es tanto con la mitología del universo de Rocky como con el cine deportivo en general y el pugilístico en particular. Pero si Stallone imprimía a sus films un aire luminoso aun ante la muerte de sus amigos y esposa, aquí el pasado adquieren un peso notable. Rocky peleaba por su gente; Creed lo hace contra sus fantasmas. Contra “el” fantasma, mejor dicho.
La primera escena transcurre un par de décadas antes del presente y tiene a un Adonis adolescente acompañando a un amigo unos años mayor a una pelea en un antro angelino. Su amigo muele a palos a su rival y, de regreso, paran en un mercado. Allí Adonis se cruza con un tal León, a quien trompea por razones que en principios se desconocen. El hecho termina con su amigo preso y él huyendo despavorido.
Aquel amigo ahora es un adulto con los brazos forjados al calor de los ejercicios carcelarios. Apenas recupera la libertad, Damian Anderson (Jonathan Majors, el villano de Ant-Man and the Wasp: Quantumania) va en busca del ex campeón, quien desde su retiro comanda una escuela de boxeo y se dedica a la vida familiar con su esposa Bianca (Tessa Thompson) y su pequeña hija. Una visita con el objetivo de cobrarse un favor: quiere ser campeón mundial. Las cosas entre ambos irán tensionándose hasta el punto de que es necesario poner las cosas en su lugar. Y en una saga de boxeo, eso significa dirimir las cosas sobre un ring.
Si se la piensa por fuera de la saga de Rocky, Creed III tiene las dosis justas de cursilería y emotividad deportiva propia del género. Jordan se presenta como un director atildado, que evita el frenetismo habitual de Hollywood para preocuparse mayormente por la carnadura de los personajes antes que por las situaciones que enfrentan. Consciente del nuevo comienzo para la saga, incluye durante las peleas fragmentos de ensoñaciones metafóricas de Adonis sobre el ring, un intento de correrse del estilo previo.
El resultado es una película correcta aunque algo insegura a la hora del desenlace, pero ante la que imposible sentir que le falta algo. El mayor desafío de la tercera entrega de Creed era suplir el peso simbólico y creativo de Stallone. Difícil lograrlo sin siquiera tener los huevos para nombrarlo.