Rodada en formato IMAX, tenemos aquí un correcto balance entre film emocional y entretenimiento que garantiza el paladar de todo fanático del boxeo. La anticipada y última entrega de “Creed” nos trae a un protagonista acechado por un remordimiento íntimo que involucra un trauma del pasado. Dirigida por Michael B. Jordan, en su debut tras de cámaras, perviven en la gran pantalla, a casi medio siglo de su creación, secuelas de nuestro amado mundo “Rocky”. Cabe aclarar, y es llamativo, sin la presencia activa de Sylvester Stallone, quien pasa absolutamente desapercibido, con excepción de una línea de diálogo, y solo permanece como productor, y por primera vez alejado de los sets de rodaje, para una película en donde el esquema cultural, estético y social afroamericano toma el comando por completo de la franquicia.
Gladiadora, épica y brutal, la nueva entrega cuenta con la participación de los hermanos Ryan y Keenan Coogler, quienes se dividen los créditos de redacción del guion. La nueva encarnación de “Creed” construye su expandido universo de ficción alrededor del fornido Adonis, otorgando nueva vida a un producto que busca dominar más allá del ámbito deportivo. El objetivo es primero la taquilla, y luego el cinturón más codiciado: el de los pesos pesados. La más corta de las entregas de “Creed”, con un total de ciento dieciséis minutos, ofrece una perspectiva a partir de la cual ciertos paralelismos pueden trazarse entre la presente y “Rocky V”. ¿Digna inspiración o no lo suficiente? Disputas por las regalías de una creación en entero del propio Stallone, y de la cual al hoy día no posee control alguno, podrían hacernos dudar, levemente siquiera, de la autenticidad de la reciente apuesta. La verdad aguarda en el banquillo y el reloj se coloca en cero. Sangre, sudor y lágrimas quedarán inscriptos en la lona.
Luego de que ciertos acontecimientos trágicos propicien un auténtico choque de titanes, la trama favorece el inevitable enfrentamiento entre dos antiguos amigos rivalizando por una pugna que excede la ambición deportiva y cala hondo en la responsabilidad de ciertos actos delictivos cometidos en el pasado. Las apuestas escalan cifras exorbitantes, pero Los Ángeles solo conoce un rey. Las reglas del combate se fraguan en una sala atestada de trofeos y sobre cuya pared cuelgan enmarcadas las inmortales jerseys de Shaq y Kobe; un guiño que todo amante del deporte sabrá apreciar. A diferencia de anteriores entregas -y una licencia que era característica propia de la saga- resultan exiguas aquí las participaciones de auténticas estrellas del deporte, dentro y fuera del cuadrilátero. Apenas se reconoce la aparición del boxeador Tony Bellew, del periodista Stephen A. Smith y del referí Tony Weeks. Hay un cameo de Canelo Álvarez, pero pasa ciertamente desapercibido. Cada uno hace lo que mejor sabe, pero tiene gusto a poco.
Como plato fuerte de “Creed III”, sobre el cuadrilátero se dirimirá la primacía entre el veterano campeón apuntándose un comeback improbable y el frustrado aspirante que llega por sus fueros a querer dominar la categoría. Aunque, como era de esperar, más que una simple pelea para entronar al auténtico monarca pesado, la oportunidad abreva en la redención moral y en ajustar viejas cuentas. Tambalea la otora hermandad negra. Sus presentes son contrastantes, debatiendo la empatía del espectador entre la sed de revancha y la opulencia del confort y la riqueza material. Sentimental, el pasado vuelve para atormentar con previsible resultado. Michael B. Jordan (“Un Diario para Jordan”, “Black Panther: Wakanda”) y Jonathan Majors (“Lovecraft Country”, “Más Dura Será la Caída”) protagonizan un antológico duelo, correctamente secundados por Tessa Thompson y Woods Harris.
Como era posible anticipar, el aspecto técnico del film se convierte en elemento fundamental para visibilizar al boxeo y su espectacularidad como núcleo central de la propuesta. Los combates están rodados de modo virulento; los superhéroes se amarran a las cuerdas. Existe una recargada intención de acelerar o ralentizar el cuerpo a cuerpo, instrumento indispensable para colocarnos en clima de pelea, con la guardia alta y simulando un efecto de videojuego que no siempre favorece al realismo perseguido. Por momentosFuera del cuadrilátero, la destreza y capacidad de resistencia también resultará colosal y desmedida, a lo largo de exigentes e interminables jornadas de entrenamiento. El drama emotivo pasará a un segundo plano, aunque no accesorio, centrándose en cierta parte del metraje en hurgar en las motivaciones del mismo, como quiebre irremediable en la intimidad familiar y su efecto dominó en la trayectoria del semi retirado Adonis.
Las secuencias resultan tanto dolorosas para quien recibe golpes como grandilocuentes visualmente para la platea cinéfila. “Creed III” no necesita revolucionar el cine de corte deportivo -un ámbito de profusa historia- para volverse un espécimen digno y disfrutable. Sobre el ring se defenderá un legado en raigambre de superhéroe escrito en letras doradas dos antiguos conocidos. La fascinación eterna que despierta este deporte, y que lo ha convertido en un subgénero con total entidad dentro de la historia del cine, concreta su enésimo resurgir dentro del cuadrilátero. Michael B. Jordan sale airoso de su opera prima, mientras nos preguntamos si la trilogía clausura el éxito creativo emprendido en 2015.