Existe la memoria ordenada y más o menos sistemática de los documentales expositivos, y también está la memoria caótica, hecha de a retazos, dispersa de películas como Crespo (la continuidad de la memoria). El director registra el duelo por el padre fallecido a través de objetos, imágenes, seres queridos y, sobre todo, de sus propios recuerdos. La cámara y la voz en off de Crespo buscan por todos los medios recomponer la figura del padre, fijar con nitidez sus contornos para salvarla del olvido. La película se entrega a la observación de las cosas y a la deriva: una araña que teje laboriosamente una tela o un hombre que documenta lápidas hacen su entrada para complicar la pesquisa y proponer un tiempo nuevo, menos histórico que poético, con reglas propias, una duración del cine. El fluir de la película la lleva a abrirse a distintas clases de materiales como filmaciones o fotografías, tomando todo aquello que pueda servir de testimonio del paso por el mundo del hombre. El director consigue apropiárselos y hacerlos trabajar para él, como cuando una serie de imágenes de personas saltando a un lago es interrumpida justo en el instante de la zambullida: ese momento ilustra perfectamente el carácter fragmentado, elusivo y circular de la memoria desplegada por la película, pero también su voluntad de juego, de producir algo como una poesía del recuerdo.