En los planos iniciales de Criada parece revolotear el espíritu (cinematográfico, se entiende) de Lisandro Alonso. La película muestra a Hortensia, su protagonista, mezclada con el paisaje y compenetrada en su rutina de una forma tal que es imposible no pensar en Misael, el hachero de La libertad. Pero a los pocos minutos se hace presente la civilización a través de un llamado de teléfono (inimaginable en la película de Alonso), y el parecido se acaba bruscamente. De allí en más surgen personajes que van a ir pintando a Hortensia desde diferentes lugares: sus patrones, vecinas e hijo (del que solamente escuchamos su voz, por teléfono) arrojan pequeños y breves rayos de luz sobre el personaje, como si Hortensia fuese un enigma a elucidar. En uno de esos momentos, cuando se comenta lo poco que gana Hortensia por su trabajo esforzado, el personaje deja ver un matiz de tristeza que antes se intuía pero que no se había llegado a materializar. Así, Hortensia se exhibe en todas sus miserias pero solo de a ratos, porque el resto del tiempo el personaje permanece apagado y sin exponerse demasiado. Criada sabe acompañar a su protagonista sin ceder a ninguna clase de explicación (por ejemplo, del pasado de Hortensia se sabe nada más que fue adoptada por la familia para la que trabaja y nada más), aunque en algunos pasajes cae en la tentación del exceso, como cuando se escucha una ruidosa y muy fuerte música extradiegética que sale de la nada, o cuando se intercalan calculadamente planos de la luna tapada por las nubes. Allí la observación rigurosa que practicaba Córdoba se quiebra y la película pierde su equilibrio, aunque estos deslices no alcanzan a eclipsar un documental como Criada. Córdoba encuentra una buena historia y sabe seguirla con nervio y respeto.