Cuando hace más de 15 años se empezó a hablar del Nuevo Cine Argentino, la película que se destacó como precursora fue Pizza, Birra, Faso. Al tiempo, luego de análisis más profundos, se dijo que una película pequeña pero poderosa, filmada unos años antes, no sólo guardaba varias de las características del nuevo cine –al menos en términos de producción-, sino que además había significado una notable influencia para ese movimiento. Se trataba del film Rapado, de Martín Rejtman.
Mientras veía Criada, hace unos días, no podía dejar de imaginar que en unos años se pensaría en ella como una punta de lanza. No porque se trate de la primer película filmada en Córdoba, sino porque demostró que se podía hacer cine a otra escala en nuestra provincia. Y su estreno en el BAFICI 2009 fue la confirmación de eso.
La ópera prima de Matías Herrera-Córdoba se presenta de una manera tan particular que, si bien nos remite a películas como La libertad, de Lisandro Alonso, discutir acerca de si se trata de un documental o de una ficción es una actitud que no conduce a ningún lado. Primero, porque más allá de la distinción entre el registro (más propio del documental) y el artificio (consustancial a la ficción), lo que prevalece es la contundencia de las escenas más allá de lo que significan. Y segundo, porque esa contundencia encarna en Hortensia, la mujer retratada y de la cual se observan sus días.
Hortensia es una mujer mapuche de 53 años que desde hace cuarenta es criada en una finca de Catamarca. Es decir, ofrece su trabajo a cambio de comida, una modalidad que no se puede vincular con otra figura distinta que la esclavitud. Nunca le pagaron un peso por sus labores y en la actualidad vive sola en el lugar, aunque ocasionalmente los dueños pasen algún fin de semana.
En dos o tres escenas, Herrera-Córdoba nos ofrece coordenadas para comprender las implicancias simbólicas que tiene esta relación. En uno de estos momentos, un electricista llega a la casa para arreglar unas luces que están averiadas. El hombre le comenta a Hortensia que para revisar la falla debe entrar a una de las habitaciones que están cerradas porque allí se encuentran los fusibles. Hortensia le comenta que si es así, el problema no se va a resolver porque ella no tiene las llaves de esas habitaciones. Vive en el lugar, pero no es su lugar.
En otros momentos, Herrera-Córdoba tiene la inteligencia de introducir como interlocutora a una amiga de la protagonista. Mientras Hortensia hace la comida, habla con su amiga sobre el pasado, los juegos de antes y los hijos. En otra escena, ya más directa y potente, la misma vecina le pregunta si cobra algo por el trabajo que hace en la casa. Hortensia responde que no, que logra vivir gracias a una pensión que recibe y a la venta de dulces.
Si nos concentráramos en estas escenas, la película develaría únicamente toda la injusticia de la que Hortensia es víctima. Sin embargo, su mayor mérito no está ahí, sino en los pequeños momentos en los que Hortensia realiza sus labores. Gran parte del tiempo vemos sólo eso: una mujer haciendo la comida, trabajando en las acequias, juntando frutas, arreglando el tanque de agua. Lo que importa en Criada es la manera incansable que tiene Hortensia de trabajar una tierra que no le pertenece, y en donde paradójicamente encuentra su lugar.
Más allá de su prolija rusticidad, Criada propone un espacio de sensaciones. Cada día y cada hora están atravesados por el sonido de los insectos, las ramas movidas por el viento y la manera en que Hortensia, con sus manos, construye su propia versión de la libertad.