Afirmar que Criaturas nocturnas es una hermosa historia mal narrada suena menos como un elogio que como un epitafio. Sin embargo, siempre hay una fuerza latente en las promesas no cumplidas, y en ese punto se concentra lo mejor de este primer largometraje de Fritz Bohm.
No puede decirse que el director y guionista no haya calibrado la magnitud del relato que se proponía contar. Al contrario, todo indica que era muy consciente de estar elaborando una especie de leyenda contemporánea a la vez inquietante y melancólica. Una mirada hacia el lado salvaje de lo humano.
Si bien sería una exhibición de malos modales críticos adelantar siquiera un poco de la trama, pues implicaría atentar contra parte de su misterio, resulta evidente que uno de los problemas de la película es que tiende a ser demasiado elusiva al principio y demasiado explícita al final.
A Bohm no le alcanza con su delicada sensibilidad para sostener la belleza y el suspenso que exige su fábula. Las precauciones que tomó para que Criaturas nocturnas no se pareciera a una copia invertida de la saga Crepúsculo, en vez de evitarle la tentación de complacer al público adolescente, lo hizo tropezar con sus propias dudas estilísticas y narrativas.
Bohm filma de un modo elegante y eligió muy bien el elenco, sobre todo a la protagonista, Bel Powley, y también a Liv Tyler, que resulta más creíble como una policía con instintos maternales que en cualquiera de sus antiguos roles juveniles de chica sensual.
Lamentablemente, la suma de partes buenas no da siempre como resultado una buena película. Hay una falla en el tono, una distensión progresiva por la que el misterio se va degradando en una serie de escenas de acción dramáticamente insulsas, aunque siempre cargadas de cierta poesía visual y simbólica.
Por supuesto, no está ni cerca de ser cine de terror. La tensión del principio se disipa bastante pronto y nunca se recupera, porque al director le interesaba otra cosa que no pudo lograr.