Corre, Anna, corre
Fuerte en imágenes, inconsistente en el guion, Criaturas nocturnas toma de excusa a la licantropía para regodearse en la inadaptación de los diferentes.
Mezcla de drama y horror, Criaturas nocturnas, el film debut de Fritz Böhm, es otro episodio de la licantropía en el cine que alude a la discriminación y pone énfasis en la actuación de su personaje central, allí donde la película se lleva todos los méritos. El inicio es confuso. Con ecos a la aclamada Room (Lenny Abrahamson, 2015), Böhm nos muestra un ático en donde una pequeña vive encerrada, recibiendo periódicas visitas de un adulto (Brad Dourif, condenado a personajes retorcidos) a quien llama Daddy, que la alimenta y le inocula historias sobre monstruos que viven fuera de la casa, los Wildling, que dan el título original de la película.
A medida que crece, en Anna crece también su deseo de escapar de la habitación, cuyo cerrojo Daddy ha dejado convenientemente electrificado. Toda la primera parte de Criaturas nocturnas es la más sugerente, con un suspenso que sobrevuela a esa cabina aislada en el medio del bosque, siempre en penumbras, cortesía de la buena dirección fotográfica de Toby Oliver. Anna es interpretada por las pequeñas actrices Arlo Mertz y Aviva Winick, hasta que al llegar la adolescencia el rol es ocupado por la británica Bel Powley, cuyo imperturbable rostro, mezcla de horror y estupefacción, es la imagen icónica del film.
Cuando Anna tiene su primer período se estremece; Daddy la convence de que está enferma y le aplica inyecciones en el abdomen para retener su crecimiento. Inevitablemente, la tensión entre ambos lleva a un conflicto que acaba con la internación del supuesto progenitor y la protección de Anna a cargo de la sheriff Ellen Cooper (Liv Tyler, también productora del film), que representa la faceta sensata de esa pequeña locación del Midwest donde se desenvuelve la historia.
Fuera de la habitación, entregada a una vida normal, el devenir de la adolescente no será mucho más fácil. La rareza de Anna no pasa desapercibida a sus nuevas compañeras de colegio, que esencialmente la segregan, pero la chica encontrará consuelo y la promesa de un romance en Ray (Colin Kelly-Sordelet), el hermano menor de Ellen. Anna alterna entre la socialización y ceder a sus impulsos carnívoros, la naturaleza del licántropo que anida y progresivamente la va comiendo por dentro. En esta instancia, Böhm podía haber cedido a hacer algo más frío, salvaje y moroso, como la excelente cinta nórdica Cuando despierta la bestia, de 2014 (la respuesta de licántropos a la celebrada Déjame entrar, de 2008), pero en cambio pone el foco en la transformación del personaje y su lucha interna, con deudas más claras a films clásicos como Carrie y El hombre lobo americano.
En ese sentido, el film de Böhm adscribe menos a una genealogía de la licantropía que a la comprensión del diferente, y a toda la violencia que en cierto tipo de comunidad esa diferencia genera. La persecución de Anna, un personaje inocente, transforma a Criaturas nocturnas en un film de acción moral que pone al espectador inmediatamente del lado de la víctima. Ray y Ellen son los únicos personajes humanos en una sociedad más carnívora que la propia bestia, y nuevamente el mito de King Kong se actualiza en una cinta contemporánea.
Böhm erra cuando inserta imágenes más dignas del realismo mágico que de una película de suspenso. En ese punto, todas sus buenas ideas se diluyen y Criaturas nocturnas se acerca peligrosamente a una versión paralela de Crepúsculo. Pero aun cuando la trama no acompaña, la performance de Bel Powley, sugerente, por momentos impresionante, adorna al film de una odisea digna para el espectador.