San José de las Salinas. Asesinato de un hombre a manos de su esposa y su hermano. El crimen es descubierto: juicio, los culpables son encarcelados. La película repasa sumariamente la historia, ofrece uno o dos testimonios de autoridad (un policía, un abogado) y recorre lugares significativos (la escena del crimen, la sala del juicio). Caso policial llevado a la pantalla, el cine como reenactment, piensa uno. Pero el director rápidamente desvía el rumbo: la muerte de Rubén Cáceres se vuelve simple anécdota y el documental se interesa por los habitantes del pueblito cordobés. La eventual truculencia deviene observación de costumbres. Los vecinos toman la palabra y hablan de la vida en pareja, la muerte, cuentan su pasado, recuerdan a los implicados, sugieren hipótesis. Los varones comentan el peligro que suponen las mujeres jóvenes que buscan una pensión a cualquier precio; las mujeres, a su vez, señalan que el occiso era un maltratador. Las apariciones van trazando una suerte de voz colectiva, un rumor cautivante que se adueña de la película y relega la crónica policial a un segundo lugar.