Los sobornados.
Nos hallamos ante un excelente ejemplo de cine negro que funciona como fiel reflejo de amargas consideraciones políticas. El director sueco de origen egipcio Tarik Saleh, autor ecléctico que ha firmado desde películas de animación (Metropia, 2009), dos documentales con Erik Gandini, (Sacrificio: Who Betrayed Che Guevara, -2001-, y Gitmo -2005-) además de un thriller (Tommy, 2014)- se inspiró en un caso del 2008 , ocurrido en Dubai, insertándolo en el contexto inmediatamente anterior a la "primavera" de la Plaza Tarhir, lugar emblemático donde el 25 de enero de 2011 se convocó aquella manifestación que cambiaría para siempre el nombre del que hasta entonces era el Día Nacional de la Policía en Egipto.
Tanto el guión del mismo Saleh como la puesta en escena elegante y perfectamente coherente con el sentido de la narración son muy llamativos. El director utiliza algunos estilos bien establecidos de este tipo para contar una realidad de corrupción absoluta y sistémica, en la que la justicia no existe, nada sucede sin la supervisión del poder imperante y todo lo que escapa al control está incluido en menos de tiempo. El protagonista Noredin (el actor sueco de ascendència egipcia Fares Fares, visto en Zero Dark Thirty, Safe House, La Comune) es un policía cínico y podrido, bien adaptado al sistema, que recuerda a muchos de sus "colegas" del cine y la literatura americana con el cigarrillo encendido a perpetuidad, una actitud arrogante con el débil y complaciente con el fuerte, y por supuesto dispuesto en todo momento a aceptar cualquier tipo de soborno que se le cruce en el camino.
En esta trayectoria trufada de pasos en falso, ni él ni el espectador tienen una visión coherente y completa hasta el final. Saleh, y nosotros con él, mueve sus ojos en un espacio confinado con poca o ninguna percepción del todo. La imagen que el director proyecta de la capital es la de una ciudad magmática, anormal, totalmente fragmentada... imposible de descifrar. Allí, decodificadas, sólo encontramos las áreas individuales, tales como la vivienda (la del protagonista), el barrio en el que viven los inmigrantes, la residencia de lujo del parlamentario implicado en el asesinato, las habitaciones en la estación de policía, el club donde la cantante finada trabajaba. Todos ellos lugares que tienen sus propias reglas y producen realidades disociadas, al igual que los vecindarios definen mundos irreconciliables.
Gran parte de la acción tiene lugar en corredores y túneles donde la cámara penetra sin posibilidad de que podamos disfrutar de una panorámica total de los mismos. Todo está a la vista pero permanece oculto, secreto, y nada es realmente visible. La fragmentación es absorbida de manera efectiva incluso en el uso de los espejos - detrás de los cuales misteriosos delincuentes toman fotografías, y en cuyo reflejo también se pueden observar los crímenes. Es gracias a estas acertadas elecciones estilísticas que se logra precisar de manera expresiva incluso la trama más profunda de la historia, que sin duda es la que se refiere al destino de su protagonista (centrada en un Egipto situado a años luz de su belleza monumental indudable). Una base individual que de manera más ambiciosa se refiere a su vez al destino de una revolución nacida para ir cayendo de forma acelerada en los mecanismos salvajes de la lucha entre poderes, sobre todo en lo que respecta al Estado, estructurado para no cambiar nunca.
Así el desarrollo argumental se detiene el 25 de enero de 2011, el día en que miles de personas salieron a las calles de El Cairo para pedir reformas al gobierno. Al igual que Noradin, aquellos que estaban animados por un auténtico deseo de libertad y justicia están destinados a quedar atrapados una vez más. Y como Noradin (cuya televisión emite imágenes de manera propagandística las virtudes de un Egipto en crecimiento, aún no funciona correctamente), también los espectadores europeos, aquellos que solíamos ver el relato de los hechos a través del espejo, teníamos una percepción parcial e incompleta.
Crimen en El Cairo es un thriller que tiene la elegancia de un noir pero que también recuerda muy mucho a las películas políticas y policiales de los años 70, films caracterizados por su crudeza a la hora de explicarnos una verdad oculta (Francesco Rosi, Elio Petri, Costa Gavras... Y por encima de todo un pedazo de actor como Fares Fares, quien puede codearse sin problemas con un Gian Maria Volontè o un Lino Ventura de la época. Y es que su soberbia composición mantiene una contradicción y una ambigüedad que hacen de su rostro una máscara profundamente humana.