Un policial negro sin concesiones virtuosamente filmado
Con qué entusiasmo podrán los amantes del cine negro recibir este estreno, y si bien su título original “El incidente en el Hilton Nilo” lo sugiere la (no tan) caprichosa traducción “Crimen en El Cairo” nos conecta directamente con el género.
2011. Egipto. Calles convulsionadas socialmente por protestas contra el dictador Hosni Mubarak en la época en la cual comenzaban las primeras grescas y manifestaciones con violencia por parte de una sociedad absolutamente oprimida y al borde de la desesperación. Hay hambre, hay violencia, no hay trabajo, pero sobre todo hay una tremenda corrupción. Esto se ve en el inicio desde la casa de Noredin Mustafá (Fares Fares), un policía lejos del ideal de hacer cumplir la ley y con una pasmosa avidez por hacerse rico lo más rápido posible. Es “dueño” del barrio en donde patrulla con su partenaire, uno de esos sórdidos vecindarios en donde la miseria, la basura y las coimas son la metáfora perfecta de un porvenir completamente desesperanzado. Eso como contexto socio-político-económico pero, por otro lado, en esos primeros ocho, diez minutos una mucama sudanesa (Mari Malek) del famoso hotel del título es testigo del asesinato de la cantante Lalena (Rebeca Simonsson) del cual participan dos personas. Una de ellas es Hatem Shafiq (Ahmed Selim), un millonario con toda la plata proveniente de mundo de la construcción y que además es miembro del parlamento en el actual gobierno.
Como detective Noredin es asignado al caso, aunque no dura mucho su investigación ya que dados los involucrados es cerrado y caratulado como suicidio. Pese a estar inmiscuido y ser absolutamente conocedor y participante del engranaje de corrupción en el cuerpo de policía del cual su tío es el comisario, algo del orden del sentido de lo injusto se despierta en él y se potenciará cuando aparezca Gina (Hania Amar), una bella mujer (no hay género negro sin ellas), modelo, cantante y amiga de la víctima, con deseos de saber qué pasó, o al menos dónde está.
El director sueco Talik Sareh se mete de lleno en el género. “Crimen en El Cairo” es un policial negro virtuosamente filmado pero que además tiene una connotación adicional que lo distingue de la famosa y clásica forma de emplazarlo. El contexto social y político está como una especie de personaje omnipresente y remite a los thrillers políticos que el mítico Costa-Gavras supiese plasmar en su época, empezando por “Z” (1969) y “Estado de sitio”! (1972). Son tan bien aprovechados todos estos recursos narrativos para contar la coyuntura, que bien podría considerarse a la corrupción como un personaje metafísico, y a todos los personajes masculinos de esta película como los vehículos para corporizarla. El guión se ocupa de menoscabar de a poco en las capas del poder, pero la habilidad del realizador no sólo reside en su escritura sino en su forma. Desde el manejo de la información visual y verbal, hasta el crecimiento de la tensión a medida que se va destapando la olla y el caso involucra a gente cada vez más poderosa.
Párrafo aparte para la compaginación de Theis Schmidt, no sólo por el ritmo que le imprime al relato sino por la intuición para dejar respirar los planos sin agotarlos. De esta manera le saca el jugo al gran trabajo de la dirección de fotografía de Pierre Aïm, en especial por el notable contraste natural entre el día y la noche en los exteriores, sin que por la utilización de los elementos naturales se pierda sordidez, algo que ya habíamos visto el año pasado en “La comunidad de los corazones rotos” (Samuel Benchetrit, 2015)
Todo esto, sin dejar de lado en ningún instante el motor impulsor del protagonista (y de la trama) para asumir los riesgos que asume. Noredin, mediante los cuales va descubriendo que no sólo el caso se le puede ir de las manos, sino uqe también se le está escapando su nueva e incipiente forma de ver el mundo, en especial cuando se da cuenta de la razón para no querer estar tan solo. La presencia y solidez de Fares Fares recuerda a las improntas de hombres duros, secos, de pocas palabras y rostros golpeados, que tenían Lino Ventura o Jean Paul Belmondo.
Sin dejar de ser un relato de corte clásico y de ritmo narrativo punzante correspondiente a éste siglo, “Crimen en El Cairo” tiene el poder de enganchar al espectador, aun tratándose de una geografía, un idioma y una realidad que parece muy lejana (en su aspecto externo) al mundo occidental, pero donde la impunidad en todas las capas societarias se transmite al espectador en forma de impotencia. Como un callejón sin salida en donde todos estamos condenados porque si bien el lugar en donde ocurre todo esto no parece destinado a lo venturoso, Talik Sareh parece decir que en realidad la negrura del sistema gana y prevalece mientras el alma humana se niegue a querer salir de la ominosa prisión de la codicia.