Un maldito policía -corrupto, bebedor, consumidor de drogas- recibe la visita de una femme fatale que le presenta un caso. Y así, este oficial recio, solitario, desencantado de la vida, meterá las narices en un asunto que sus superiores quieren dar por cerrado, y que indudablemente involucra a las altas esferas.
Inspirada por un caso real -el asesinato de una cantante libanesa en Dubai, en 2008- Crimen en El Cairo tiene todos los ingredientes de un policial negro, pero incrustado en el marco de la Primavera Árabe y las protestas que derrocaron al gobierno de Mubarak en 2011. Que tuvieron su apogeo un 25 de enero, fecha elegida por los manifestantes por ser conmemorativa del Día del Policía: uno de los reclamos era, justamente, contra la brutalidad policial. Y la película de Tarik Saleh -sueco de nacimiento, egipcio de origen- muestra la podredumbre de las fuerzas de seguridad y la gestación de la revolución que terminará con un régimen de treinta años.
Mientras tanto, se desarrolla la investigación por el crimen. Esta es la parte más convencional de la película, pero al estar situada en un contexto diferente, tanto geográfico como lingüístico, las marcas de género escapan al olor a naftalina. Que esté hablada en árabe y El Cairo sea el escenario -simulado, porque la mayor parte se filmó en Marruecos- de las intrigas y persecuciones, hace que los elementos clásicos sean percibidos bajo una luz nueva.
A menudo vemos cómo en todo el mundo -ocurre mucho con el cine industrial nacional- el afán de convocar multitudes lleva a copiar esquemas narrativos hollywoodenses: la consecuencia son clones fílmicos sin identidad propia. Crimen en El Cairo es un buen ejemplo de cómo se pueden importar algunos lineamientos, darles un color diferente y conseguir resultados de alta calidad.