La Ley y el orden
Por alguna razón el cine argentino tiene reticencia a hacer dramas de juicio. Si bien es cierto que nuestro sistema judicial no ofrece en sus formalidades una posibilidad de teatralización, hay otras instancias y momentos de una trayectoria en un caso que podrían ser retratadas en una ficción audiovisual. Incluso thrillers como Acusada (2018) desestimaron la escenificación judicial, tratándose de una historia sobre un crimen y la mediatización del caso. Crímenes de familia muestra un esfuerzo por representar este espacio en el juicio a un joven de familia adinerada (Benjamín Amadeo) acusado de abusar, torturar e intentar matar a su ex pareja (Sofía Gala). La madre de él, Alicia (Cecilia Roth), cree en su inocencia y hará lo que esté a su alcance para ayudarlo, a pesar de contar con un apoyo tibio de su marido (Miguel Angel Solá). Lo que hasta aquí parece la premisa suficiente para una película finalmente no lo es; hay otro misterio en paralelo (al menos la diégesis lo sugiere) que es otro crimen; un asesinato perpetrado por la mucama de la familia, cuya víctima y cuyos motivos son mantenidos en suspenso hasta el final.
Que los espacios de ambos juicios y que sus involucrados sean casi los mismos genera una confusión difícil de evadir. Tratándose de una película de Sebastián Schindel (El patrón), hay un componente estrechamente asociado a las desigualdades sociales que colisiona en el seno de la alta sociedad, aquí en el de una pareja madura que vela por su hijo en una situación comprometida, sumado al caso de la mucama (que además tiene un hijo, criado por Alicia y su marido). En el afán de las buenas intenciones, el guión de Schindel y Pablo del Teso resulta ser dos mitades de dos películas diferentes sobre juicios. Mientras en la primera no hay que ser muy avispado para entender quién es el hijo de Alicia, en la segunda la historia se sostiene solo por los retazos que el relato ofrece para que en el final se los pueda unir y así develar la trama. En el medio se surfean los temas de coyuntura: la violencia de género, la lucha de clases y un Estado ausente para resolver tales cuestiones. Crímenes de familia pretende ser ancha más que progresiva, y en esa decisión caen todos sus problemas. En una escala de 0 a Spike Lee esta película se ubica en el medio del trazo grueso de representación de la violencia de género; es imposible no advertir el tamaño de los posters institucionales de la línea 144 o el pañuelo verde que el personaje de la psicóloga interpretado por Paola Barrientos exhibe en su consultorio. Las mejores películas sobre coyunturas y temas urgentes son aquellas que esconden mejor los íconos de esas luchas y que los enuncian en un segundo plano.
La labor de Cecilia Roth destila mucho oficio, cubriendo en varias oportunidades las falencias que el guion presenta. Es un pesar que la presencia escénica tan poderosa y característica de Sofía Gala solo ocupe un puñado de escenas, sin la espesura que su personaje podría haber alcanzado porque la película prefiriere desdoblarse en virtud de su afán por tachar el casillero de “lo social”. Casillero rayado con énfasis en el epílogo: un encuentro llano y edulcorado entre las dos clases sociales.