HIJOS GRANDES, PROBLEMAS GRANDES
Alicia abraza fuerte a Santi. Su ternura, su edad prematura, lo presentan despojado de toda maldad. Sebastián Schindel nos acerca a un personaje que se va complejizando a medida que entramos más en la historia de esta familia. El director se afianza, con este film, aún más en el género del suspenso, y a su vez, explora aspectos psicológicos y las desigualdades sociales.
Alicia (Cecilia Roth) e Ignacio (Miguel Angel Solá) son un matrimonio de un pasar económico muy bueno. Ellos lidian con las malas decisiones de su hijo Daniel, que ya pasa los treinta años y no deja de traerles disgustos. No ven a su nieto porque su ex nuera no los deja. Santi, el hijo de la empleada doméstica, Gladys, es para ellos como un nieto.
Bajo este contexto, se presentan un montón de interrogantes que aparecen desde los primeros minutos. Ante la limpieza impecable que presenta la casa de la familia hay mucha suciedad escondida. El suspenso es el gran juego con el que se lleva a cabo Crímenes de familia. Schindel explora, para esto, varias aristas que construyen la intriga.
El manejo del tiempo es uno de los principales mecanismos que utiliza el film para dosificar la información. Accedemos a algunos flashback que, de inmediato, dejan plateado el juego de reponer, de forma acertada o no, lo que no conocemos.
Los personajes parecen sencillos, estereotipados, pero luego logran sorprender por su evolución. Aparecen configurados en esta idea del engaño.
Los diálogos ambiguos también permiten la asociación con ideas erróneas. A través de determinadas palabras, de los puntos en la conversación, los tipos de planos que se utilizan y de la combinación con las otras escenas en las que aparecen, se deja librado al espectador a que pueda imaginar posibles situaciones. E incluso, la narración de determinados hechos invita a visualizar situaciones que no vemos. Esto último, es un recurso que explora lugares más lúgubres que lo que se podría llegar a mostrar. Nuestra imaginación es amplia y tenebrosa, Schindel lo sabe y apela a eso.
La elección de determinadas frases le permite, también, ir a los lugares comunes, “al sentido común”, para darle una vuelta, para desarmarlo. Y las palabras, esas nada sencillas y nada casuales, aparecen como anclas en el discurso. Gladys dice “me compró” y luego “me compró un pasaje”. Esa pausa que hace, ese volver a explicar, deja otra discusión que va más allá de lo que está diciendo en ese momento. Se logra así hablar, denunciar un tipo de sociedad que, aún en estos tiempos, incurre en la esclavitud.
Y aunque hasta ahora hablamos de la historia y la intriga por develar, lo cierto es que el film deviene en otra cosa. Y acá, capaz, el que no lo vio aun debería hacer un parate y volver luego, para no sentirse spoileado.
El personaje de Alicia es toda una gran incógnita. Está muy atravesada por la religión, el mandato, lo que debe ser y lo que no puede existir, subrayando esto último. La negación es uno de los temas que aparece en torno a Gladys pero que le sienta bien a Alicia. Ella aparece reflejada en diferentes objetos, todo el tiempo, sin embargo, no puede ver.
Abrazar a ese nieto postizo es para Alicia salvarse por un rato. Santi viene a ser “el nieto como segunda oportunidad”. Ella se refugia en este niño todo el film, pero a medida que avanza nuestro conocimiento sobre esta familia pareciera que los abrazos se vuelven más fuertes. Aferrarse a la niñez es querer retener un espacio en el que no cabe la maldad del mundo.