La mugre debajo de la alfombra
Artífice de recientes propuestas en donde la realidad social no es ajena a sus narrativas, Sebastián Schindel (El Patrón, radiografía de un crimen) avanza con su minuciosa descripción de universos en Crímenes de familia (2020), una película que cruza géneros y que pone nombre en la pantalla local a cuestiones que generalmente se esconden de la mirada del otro para seguir aparentando haciendo la vista gorda.
Alicia (Cecilia Roth) es una mujer de la clase más acomodada de Buenos Aires y que en una aparente fachada de normalidad familiar mantiene en secreto sus más profundos miedos sobre su hijo (Benjamín Amadeo), su marido (Miguel Ángel Solá), y en la relación con su empleada doméstica (Yanina Ávila), y su pequeño hijo, descubre aquello que no encuentra en ningún otro lugar o contacto.
Pero la vida sorprende, y ante determinados hechos Alicia comenzará a transitar en una delgada línea en la que deberá asumir nuevos riesgos para quebrar su actual zona de confort, tomando decisiones que tal vez no se condicen con aquello que los mandatos y la sociedad le impusieron desde siempre.
Crímenes de familia profundiza sobre vínculos, sobre ideas y conceptos que en los últimos tiempos han entrado en crisis, como la familia, la justicia, el valor de la palabra, la verdad, y que en un relato cinematográfico cercano a la crónica policial y social evidencian la necesidad de reconstruir estos desde lugares diferentes.
Una cuidada puesta en escena, un logrado trabajo de arte, una delicada paleta de colores asociada a los diferentes momentos que Alicia transita, y la decisión de registrar en un tono cuasi documental los testimonios de cada uno de los personajes que se suman, posibilitan la reconstrucción de los hechos acontecidos, acompañando a una mujer desamparada y desolada frente a la vida y su nueva vida.
Cuando el género de “juicios” se suma a Crímenes de familia, además, Schindel revela nuevamente su capacidad para dosificar la información y lograr tensos momentos desde la aparición de la oralidad como mecanismo que tendrá el espectador para desentrañar qué ha pasado en esa intimidad del hogar de Alicia.
Cecilia Roth compone su rol con solvencia y oficio, una de sus mejores interpretaciones, lejos, con una potente solemnidad, necesaria para que una máscara de hiel se pose en su rostro para que impávida comience a deconstruirse, dejando de lado aquellos vicios que una sociedad que siempre mira hacia otro lado la ha mantenido adormecida durante casi toda su vida.
Junto a Roth se destaca todo un gran elenco, quienes rodean de talento cada escena, pero es en Yanina Ávila, con su Gladys, silente y ejecutora, temerosa y a la vez potente, que en el contrapunto, tal vez inexistente en escena, se termina por echar en cara las miserias de una sociedad que invisibiliza a aquellos que cotidianamente cumplen tareas en hogares y que mueven la vida de sus empleadores sin reclamo alguno.
Cuando la realidad se entrelaza con la ficción de Crímenes de familia, la propuesta se potencia, porque además, en la fuerza de las mujeres que desarrollan el relato (Roth, Ávila, Paola Barrientos, Sofía Gala Castiglione), la película se manifiesta feminista sin desplegar banderas, poniéndole nombre a cuestiones calladas por una sociedad hipócrita, que en los privilegios de unos termina por hundir y cercenar las libertades de otros, con crímenes imperceptibles para la mayoría y marcando a fuego la vida de muchos.