"Crímenes imposibles": un detective en apuros
Una producción de suspenso y terror por momentos absurda, por otros inverosímil, siempre solemne como misa católica.
El arquetipo de los detectives en el cine marca que deben ser, casi sin excepción, hombres serios y adustos, con mil y un demonios internos, solitarios, adictos (preferentemente al alcohol, pero cualquier sustancia natural o química es válida) y una larga cadena de malas experiencias a cuestas. Lorenzo Brandoni no encaja en ese molde no porque no cumpla con esos requisitos; más bien por lo contrario: los excede por amplio, amplísimo margen, haciendo de la suya una de las vidas más desgraciadas y tortuosas que se recuerden en el cine argentino contemporáneo. A falta de una, de arranque el protagonista de Crímenes imposibles sufre dos hechos traumáticos. El primero está relacionado con su joven hermana, quien muere de cáncer en la primera secuencia. Apenas después, con el cuerpo de ella todavía caliente, una escapada vacacional junto a la familia termina con su mujer e hijo muertos en un accidente automovilístico filmado en una cámara lenta digna de una publicidad de Luchemos por la vida. Si todo esto ocurre en los diez minutos iniciales, es evidente que lo que sigue para él será peor.
Dirigida por Hernán Findling, Crímenes imposibles es un thriller psicológico con elementos de suspenso y terror por momentos absurdo, por otros inverosímil, siempre solemne como misa católica. La referencia al credo de la cruz no es casual, en tanto la película lo abraza -con perdón de la obviedad- con fe ciega, utilizando toda su iconografía para metáforas obvias y adhiriendo férreamente a sus mandatos, sobre todo en una última parte en la que alguna página de la Biblia parece haberse traspapelado en el guion. Pero para eso falta bastante. Antes, a Lorenzo (Federico Bal) le llega un caso que su fiel ladero no puede resolver: un hombre atado en la cama de un hospital termina muerto a cuchillazos, pero las cámaras de seguridad no detectaron ni la entrada ni la salida de su potencial victimario. Las cosas continúan enrareciéndose cuando aparece el cadáver de una mujer adentro de un ropero. Lo particular es que murió ahogada y allí no hay vestigio de agua ni de que alguien haya dejado el cuerpo.
La cereza del postre es el llamado de una monjita que dice haber tenido sueños muy vívidos que podrían aportar datos clave para la investigación. Descreído, como todo buen detective noir, de todo aquello que no pueda probarse, Lorenzo no la toma muy en serio, hasta que las coincidencias entre lo que ella afirma y las evidencias lo obligarán a revertir su posición aun cuando esto implique aceptar eventos de toda índole. Habrá algunos sobrenaturales, con posesiones, exorcismos y el mismísimo Satán a la cabeza. Y otros regidos por el azar de un guion de plomo, más preocupado por acumular situaciones que por enhebrarlas con coherencia. El que es coherente es Federico Bal, cuyo rostro se mantiene imperturbable suceda lo que suceda ante sus ojos: como actor, queda claro, es un gran bailarín de Showmatch.