Crímenes Imposibles: La historia con un final más imposible.
Una monja poseída por un ente diabólico y un policía que trata de resolver este misterio en forma de puzzle. Esto es «Crímenes Imposibles (2019)».
El director Hernán Findling y la guionista Nora Leticia Sarti nos demostraron con este filme que el cine nacional es un mercado con capacidad de ofrecer películas de terror cuyo impacto no tiene nada que envidiarle a Hollywood. Decir que Crímenes Imposibles (2019) es sólo una película de terror sería quedarse corto pues mezcla el noir, el thriller psicológico, el suspenso y el horror en 90 minutos de duración.
Para no lanzar ningún spoiler antes de lo debido, nos limitaremos a decir que Lorenzo Brandoni (Federico Bal) es un detective de la Policía Federal Argentina que se cruza con una monja de nombre Caterina (Sofía del Tuffo) que dice matar a personas mientras duerme por medio de poderes sobrenaturales. No obstante, antes de caer en esta parte de la historia, la pantalla nos bombardea con una tragedia tras otra, vitales para comprender al personaje de Lorenzo y cuyos elementos cobran sentido absoluto al final del largometraje. Esta forma de armar piezas en el último momento de la cinta, junto a una historia que cobra vida dentro de otra —más adelante se dirá por qué— , hace que la película sea tanto un cubo rubick como un juego de mamushkas que además reproducen screamers.
Y es aquí donde descansa el método empleado en el filme para inducir terror: los screamers. No son escenas explícitas, ni tampoco maquillajes extra verosímiles, sino planos “tranquilos” de algo (como una fotografía) acompañados de un movimiento con sonido estridente que, si bien no es un grito en el rigor de la palabra, produce el mismo efecto. Dichos momentos terroríficos suceden de manera intercalada pero no dejan de lado el aire policial del asunto, ya que la investigación deductiva, la figura del detective y una estética muy vintage, donde el mismo Lorenzo usa teléfonos de rueda y una máquina de escribir, hacen que no se olvide ni por un segundo que se trata de una investigación donde el bien busca cazar al mal y no un simple demonio abusivo atormentando inocentes.
Sí, la que funge como instrumento del mal es la monja: Sofía del Tuffo lo hace de manera tal que nos creemos por completo el relato de ser una buena persona en manos del maligno. Junto a ella, la actuación de Federico Bal resulta más predecible al saltar de un hombre un tanto distraído a policía excesivamente rudo y luego a un tipo duro que es capaz de llorar.
Por otra parte, la música de Gustavo Pomeranec es el estandarte máximo de esta película, la melodía además de pegajosa acompaña a los actores en los momentos más emotivos creando una sincronía perfecta entre actuaciones y contextos. Además, las piezas están tan bien montadas que se pasa de la cortina musical de misterio a la de melodrama sin dar saltos abruptos, cuidado si se trata de la misma partitura, dado que resultó imposible separar las piezas musicales en un solo visionado.
¡Alerta de Spoilers!
Ahora bien, el giro de tuerca del final es algo digno de M. Night Shyamalan, pues en este punto se nos demuestra que nada pasó en realidad, el protagonista vivió la trama de la novela que estaba escribiendo luego del coma en el que estaba tras sufrir un accidente de tránsito. Esto tiene dos formas de verse: la primera es el deguste de dos historias presentadas como muñecas rusas y la otra es el mal sabor de boca que deja el hecho de saber que no había ninguna maldición, demonio o cosas por el estilo. Lo anterior vendría siendo la razón de por qué no se escogió el final alternativo de Breaking Bad para cerrar dicha serie, ya que decepciona que todo lo emocionante fuese ficticio en lo que respecta a la “realidad” que constituye el film como tal.