Buscando desesperadamente a Shyamalan
En Crímenes Imposibles (2019) el realizador Hernán Findling (Fermín) toma el guion de Nora Leticia Sarti y lo reescribe junto a ella construyendo un universo cinematográfico de misterio, con toques de thriller, que posibilitan el crecimiento del elenco protagónico, encabezado por Federico Bal, Carla Quevedo y Sofía del Tuffo, en una historia en la que nada ni nadie es quien parece y que se atreve a algunas decisiones que potencian sus premisas.
A la sucesión de una serie de crímenes inexplicables, un investigador (Bal) intentará desentrañar los extraños sucesos acontecidos que involucran muertes y en donde la religión tiene importancia, pero también la iconografía que el cine de género local y foráneo ha construido hasta el momento sobre ella.
Desde tiempos inimaginables, la lucha entre el bien y el mal y su constante transformación de seres y personajes, ha posibilitado que clásicos como El exorcista (The Exorcist, 1973) y La profecía (The Omen, 1976) establecieran las bases de producciones posteriores enmarcadas en un terror espiritual, o místico, y que desentrañara detalles religiosos como punto de partida.
La muerte como castigo, el rezo como expiación y como salvoconducto para ganarse un lugar en el paraíso, contradecía la insistencia por reforzar o subrayar detalles que luego en películas como La monja (The Nun, 2018) o Estigma (1999) dispararon ideas más universales sobre estos puntos y su posibilidad de generar terror y miedo.
Hernán Findling es un conocedor del terror, clave para desarrollar una producción que, primero, escapara a ciertos cánones del registro local, y, segundo, desarrollara la tragedia sin la necesidad de respetar el camino del héroe, ni mucho menos, una transformación diegética del protagonista.
Al personaje central le suceden y sucedieron cosas, las que han disparado una realidad presente que dialoga con el pasado pero sin una conexión aparente. Entre los dos universos que Crímenes Imposibles decide narrar su cuento se configura el lienzo en el cual el pasado y el presente confluyen como parte identitaria de los actores, y, desde allí, se permite jugar con tiempos de la historia, no tiempos del relato, que a lo M. Night Shyamalan, traerán consigo una sorpresa final.
La película, al igual que algunas recientes producciones locales, como Aterrados (2017) o Luciferina (La bautizada por el demonio) (2018), prefiere constituir atmósferas, jugar con el género, y reivindicar la tensión sobre la sangre sin explicaciones, pero con índices de aquello que en el fuera de campo acecha y amenaza a todos.
A las potentes ideas que transita el relato, algunas endebles interpretaciones resienten su propuesta, la que, más allá de esto, sin dudas, abre nuevas posibilidades para el cine industrial de género, pero sobre las que habrá que repensar si queremos que el cine local pueda competir con producciones foráneas más allá de la cantidad de salas en las que se la proyecte, ajustando todos los rubros que configuran la propuesta cinematográfica.