Caníbales en el paraíso
La historia de Leo Demidov (Tom Hardy) tiene como marco el régimen genocida comandado por Stalin en la Unión Soviética. Le conocemos como un niño durante el Holodomor -hambruna propiciada por Stalin para matar a millones de ucranianos-, y como adulto y miembro del servicio secreto ruso en 1953, año de la muerte del líder soviético.
Lo que comienza como un retrato de la ferocidad del régimen no tarda en convertirse en un relato sobre un asesino serial, lo que distrae y anula la más interesante cuestión de fondo. Así, Leo pasa de ser un fiel agente del régimen a un héroe con mucho de americano y poco de soviético que busca develar que en ese paraíso construido por Stalin sí hay asesinatos, algo tan propio del capitalismo. Todo el filme -bien ambientado, por cierto- se convierte en una aventura más de un heróico sujeto que lucha contra todo lo que se le opone, para conseguir justicia y reivindicarse pese a su condición de alcahuete del sistema.
De paso, la construcción de personajes villanescos en el rol de uniformados rusos malvados parecen querer exculpar al régimen estalinista de sus crímenes, como si estos hubieran sido perpetrados por descarriados crueles y no por las directivas del propio estado. Imaginen un filme sobre el nazismo planteado en semejantes términos. Definitivamente, Hollywood tiene un forma muy peculiar de ver, y presentarnos, la historia.
Para terminar, un final que desde nuestra propia memoria histórica podremos apreciar como indignante, y evaluar la banalidad con la que se abordan ciertos temas en el cine estadounidense.