Buen thriller épico, pese a convenciones
En 1971, Roger Corman abandonó su carrera de director y se dedicó exclusivamente a la producción por una cuestión de acento relativa a su excelente "El Baron Rojo" ("Von Richthofen and Brown") que narraba el duelo entre dos aviadores de la Primera Guerra Mundial, el legendario aristócrata alemán y el plebeyo canadiense que finalmente lo venció. Sin contar con mucho presupuesto, la idea de Corman era darle realismo al film haciendo que los anglosajones hablen en su idioma y los alemanes en el suyo, con sus diálogos subtitulados en inglés. Los distribuidores le dijeron que eso era imposible, que los subtítulos eran veneno para la taquilla. Por lo tanto todos debían hablar en inglés. Corman filmó la película con todos los actores, incluyendo los personajes alemanes, hablando en inglés neutro, pero eso también era un problema: la convención obligaba a que los alemanes hablen en inglés, pero con el típico acento alemán de los eternos villanos hollywoodenses de origen extranjero. Corman se hartó, y dejó de dirigir.
Casi medio siglo después, ese tipo de convenciones no han sido abandonadas, al punto de que el elenco internacional lleno de excelentes actores de "Child 44" hacen de soviéticos que hablan en inglés con distintos niveles de forzadísimo acento ruso que por momentos casi arruina este original thriller épico, histórico y político. Hay momentos en los que Gary Oldman y Tom Hardy parecen salidos de alguna comedia como "Top Secret" de los hermanos Zucker, o incluso podrían ganarse un puesto de agentes de Kaos en alguna nueva remake de "El agente 86".
A pesar de este problema, que a veces se suaviza, pero a lo largo de las dos horas de proyección reaparece con toda la furia, "Crímenes ocultos" es un film para ver, básicamente debido a que el guión de Richard Price (un talento últimamente relegado a la pantalla chica) realmente logra capturar la idea de la pesadilla de la era stalinista, con el agregado de que en medio de las purgas y delaciones interminables hay un asesino serial dedicado a matar niños con la mayor impunidad. Esto porque en el paraíso socialista no existe el crimen, por lo que un niño asesinado debe ser necesariamente víctima de algún accidente. Sólo que tal como indica con precisión el título original, los cadáveres de niños se van acumulando por docenas hasta llegar al número en cuestión.
Tom Hardy es un héroe de guerra con un papel protagónico en la caída de Berlin, algo que hacia 1952 le da una posición cómoda, lo que no impide que haya alguien dedicado a espiarlo a él y especialmente a su mujer (Noomi Rapace) sospechada de actividades contrarrevolucionarias. Algo de lo que en realidad todos los millones de rusos tambien son eternamente sospechosos.
En ese contexto, la decisión de tratar de atrapar al psicópata asesino de niños es un verdadero acto de traición, y justamente esta lucha por adaptarse a un mundo horrible o hacer lo correcto es lo que vuelve realmente atractiva esta historia. La dirección de Espinosa no siempre sabe resolver con la tensión adecuada esta progresión dramática, pero cuando lo logra, aprovecha al máximo el talento de los actores, especialmente de Gary Oldman, que se luce como un oficial que se atreve a ayudar al protagonista en la caza del psicópata.
La película es un poco más larga de lo necesario, algo comprensible dadas las distintas subtramas entrelazadas, pero tanto en la ambientación de época como en los momentos de acción y las grandes escenas épicas (ésta es una producción de Ridley Scott) siempre hay algo digno de ver, aun dentro del tono sombrío necesario para acentuar la pesadilla stalinista. En este sentido, la fotografía de Oliver Wood tiene climas visuales excepcionales.
En contra del film se puede decir que, para ubicar al espectador en ese momento histórico, el director a veces carga demasiado las cosas, casi como si fuera un film de propaganda anticomunista del siglo pasado. Por otro lado, si la crítica de un pasado lejano molestó tanto al ministro de Cultura ruso como para prohibir la exhibición del film que se iba a estrenar en Moscú semanas antes del 70 aniversario de la caída de Berlín- es que evidentemente las purgas del paraíso stalinista siguen siendo algo para recordar.
O tal vez lo que en realidad molestó fue el inglés con acento ruso.