En la línea de Crash, de Paul Haggis, que ganó 3 premios Oscar, esta película desarrolla una historia, la de Walter, profesor de filosofía de Columbia (el gran Sam Waterston) en su día de jubilación. Pero como Crash su estructura es coral, y alterna escenas sobre las historias de vida de otros personajes vinculados a Walter. Algunos de una forma clara -el hijo y su familia; la estudiante autodestructiva- y otros cuyo vínculo, trágico como se sabe desde la primera escena, se irá revelando por el camino. Con todos ellos, en una Nueva York invernal, el director y guionista Tim Blake Nelson no deja tema denso por tocar: cáncer, drogas duras y blandas, relaciones entre padres e hijos adolescentes, adulterio y desamor. Pero el que mucho abarca poco aprieta. Con varios de sus intérpretes desaprovechados, como Glenn Close, Crímenes y virtudes cae en los peores vicios psicologistas de los proyectos premasticados, concebidos para transmitir un mensaje -auch-, una lección o, como se termina por percibir aquí, algún tipo de sermoneo sobre esta sociedad, donde la vida de la más culta, sensible y sofisticada de las criaturas puede acabarse a la vuelta de una esquina. Con una estrategia así de densa, los personajes terminan reducidos a piezas de ajedrez y no bastan, para insuflarle vida, ni el carisma ni el profesionalismo de sus actores. Que es generoso.