Un relato coral en la línea del cine de Robert Altman y Paul Haggis con situaciones extremas, desgracias humanas y frases célebres.
El subgénero “dramón televisivo” sobrevivió a la desaparición del canal Hallmark y cada tanto entrega un nuevo exponente aun cuando sus tiempos de gloria hayan quedado bastante atrás. El nuevo se llama Crímenes y virtudes, y es uno de esos relatos donde todo, absolutamente todo sale mal: hay muertes, enfermedades psiquiátricas, accidentes, problemas de fecundación y, claro está, mucho hospital.
Estrenado en el Festival de Sundance, el film de Tim Blake Nelson comienza, como no podía ser de otra forma, con una situación trágica. Es aquella en la que en un profesor universitario es atacado al llegar a su casa, hecho que a su vez oficiará como disparador para una serie de (¡ay!) historias entrelazadas con el aporte de un amplio elenco de figuras sobre varios los temas predilectos de los films de autopresumida trascendencia: la existencia, el rol en la sociedad, las relaciones humanas y un largo, larguísimo etcétera.
Crímenes y virtudes es un ovillo de frases importantes siempre dichas en un tono grave y fastuoso por personajes que inexorablemente se verán sumidos en sus peores penurias que el guión encadena de forma caprichosa, causal antes que casual. Es lo que sucede cuando un director cree haberse sentado en un púlpito en lugar de una silla plegable.