Esta entretenida película acerca de los orígenes de una de las villanas más famosas de Disney es una historia de amor-odio entre dos divas que se pelean por triunfar en el mundo de la moda en la Londres de los años ’70. Con Emma Stone y Emma Thompson.
Como bien decía el filósofo uruguayo contemporáneo Jorge Drexler, «nada se pierde, todo se transforma». Ese concepto cíclico del tiempo, esa especie de versión industrial del budismo en el que últimamente se ha especializado Disney, tiene su más reciente ejemplar en CRUELLA. El film es uno de los más ambiciosos, además, dentro de los que trabajan en esta idea del reciclado y remixado que propone la empresa: tomar personajes clásicos de sus propias películas, reformatearlos, reubicarlos en momentos específicos de la historia real y hasta dentro de la historia del cine. Supermercado del refrito, relectura de la relectura, películas como la de Craig Gillespie funcionan como un «mezcladito» de referencias infinitas. «Todo tiene que ver con todo«, como decía Pancho Ibáñez, otro filósofo contemporáneo de ideas no tan audaces como su clásico bigote.
Uno puede discutir esta filosofía industrial como principio, pero está claro que no hay forma de evitarla: llegó para quedarse. Resta ignorarla o considerar a cada película dentro de lo que proponen esos parámetros. Y en ese sentido, la película de Gillespie (I, TONYA) cumple con la mayoría de los requisitos del caso: se parece a mil cosas y a la vez logra tener algo de entidad propia, de gracia, de algo parecido a la vida. Cruella De Vil –tal su nombre completo luego de, bueno, ya verán– se suma a la línea de precuelas, «origin stories» de villanos clásicos, la nueva bolsa de reciclado de la cual sacar protagonistas cuando los héroes ya se agotaron.
Como pasó con MALEFICA o JOKER, las películas que cuentan el «trauma originario» que convirtió a alguien en una malvada criatura siempre se permiten ser un poco más oscuras que las de los más ejemplares héroes, por más perturbados que estos vengan. Pero no hay nada aquí que no existiera en los viejos cuentos de hadas en los que historias como estas se apoyan. Quizás en estos tiempos tan descafeinados algunos pueden tener la impresión de que hay cierta «densidad» en lo que aquí se cuenta, pero cualquiera que haya sobrevivido a BAMBI sabe que esto es, literalmente, un juego de niños.
Mezcla rara de Siouxsie, Blondie, Lady Gaga y Vivianne Westwood, la protagonista de esta historia es una niña intensa y un tanto desaforada con pelo bicolor que responde al nombre de Estella y que, como corresponde al género fairy tale, es hija de una amable y esforzada madre que se sacrifica por ella. La voz en off de Emma Stone (que la encarna de adulta) va narrando los inicios de su historia, sus problemas en el colegio y (SPOILER ALERT si no quieren saber NADA DE NADA) el viaje a Londres de ambas que termina con su madre asesinada por un trío de entrenados y violentos dálmatas en una fiesta que tiene lugar en un lujoso caserón.
La pequeña se culpa a sí misma de esa muerte y, una vez en Londres, termina viviendo con un par de ladronzuelos callejeros en plan Dickens de la década del ’70 (Joel Fry y Paul Walter Hauser). Los tres se dedican a robar billeteras y joyas pero la pasión de Estella es la moda y, mediante una de estas trampas, consigue entrar en ese universo. Su estilo arriesgado y callejero (la película transcurre en un universo similar al de VELVET GOLDMINE aunque procesado para toda la familia y sus referencias estilísticas son el glam y el punk británico de los ’70) convence a la llamada Baronesa Von Hellman (Emma Thompson) de darle una oportunidad en su prestigiosa casa de modas. Y la relación entre ellas pasa de la admiración al odio en menos de lo que dura una canción de David Bowie.
La Baronesa es una versión extrema de lo que Estella puede llegar a ser y lo que, sabemos, será en el futuro (bah, pasado en realidad) dentro del mundo Disney. Cínica, talentosa, despiadada y, claro, cruel, la madama de la moda funciona como espejo y reflejo del personaje de Estella, su versión veterana y consagrada, a lo Anna Wintour. Y si bien las dos actrices están perfectas en sus respectivos roles, uno podría pensar que las contrataron porque el hecho de que ambas se llamen Emma le daba a la trama una resonancia –y un guiño cómplice– aún mayor.
En algún momento, Estella dará rienda suelta a ese alter-ego más brutal suyo por el que se la conoce mundialmente. Se dejará su color de pelo natural a lo Charly García y hasta cambiará su forma de hablar para, de algún modo misterioso, tornarse irreconocible para la siempre muy despabilada Baronesa. Allí ya lo que le importará no será tanto triunfar en el mundo de la moda (algo que de todos modos hace gracias a sus situacionistas performances callejeras) sino arruinarle la vida a su némesis favorita, algo que también funcionará al revés. Y están los perros, claro, que siempre andan por ahí para recordarles a los espectadores que esto, amigos, es parte del Disney Cinematic Universe.
En un ritmo de permanente movimiento scorseseano de cámara que además imita –y hasta exagera– la costumbre del maestro de coleccionar grandes éxitos del rock de la época en la que transcurren sus películas, CRUELLA propone un cóctel de referencias que incluye también la comedia negra británica de ladronzuelos (toda una especialidad de la casa Ealing), los más oscuros cuentos góticos llenos de personajes tenebrosos y la comedia de enredos clásica en la que se lucen especialmente las dos protagonistas. Se sacan chispas, dirían los antiguos comentaristas del gremio.
CRUELLA es un producto bastante efectivo –aunque excesivamente largo y con algunas escenas incomprensibles– dentro de esta factoría de remezclas disneyficadas de la cultura contemporánea. Para muchos será raro escuchar clásicos de The Clash, Bowie o Iggy Pop usados como leit motifs (sí, «I Wanna be Your Dog» se usa para lo que imaginan) de un personaje famoso por un dibujo animado de Disney. Pero convengamos que el glam y el punk son hoy una industria como cualquier otra y todo ese mundo ya funciona más por sus referencias audiovisuales (canciones, moda, diseño) que por los conceptos que los vieron nacer. Hoy es solo un gesto corporativo: entretenido, fugaz, tan revulsivo como la camiseta de God Save the Queen publicada en una historia de Instagram. O como esta película sobre una chica punk que, en lugar de No Future, se pinta en la cara exactamente lo contrario.