LA EXTRAÑA DAMA
Ya no se trata tanto de remake en el universo Disney, si no de reescritura. Y si no de reescritura, sí al menos de agregar un apéndice a algún personaje conocido -especialmente villano- como para adosarle un drama psicológico que justifique la maldad. En el cine del presente, y muy particularmente en el que va destinado a niños y adolescentes, la maldad por la maldad misma ya no tiene mucho lugar y los villanos suelen redimirse. Si bien el movimiento parece anterior, Disney entendió que esta generación extremadamente sensible, que igualmente no tiene problemas en cancelar y censurar más cosas que el stalinismo, no acepta que haya personajes decididamente malos. Y para ellos creó Maléfica, película que resulta más central en el debate actual de lo que parece y que fue la punta de lanza de este revisionismo en el que no solo se rehacen viejas historias sino que además hasta se busca intervenir obras del pasado, como ocurrió con Dumbo o Blancanieves (¿se acuerdan de Spielberg interviniendo ET? ¡Ay Steven!). Cruella -entonces- retoma a Cruella de Vil, aquella emblemática villana de La noche de las narices frías que ya tuvo su versión de carne y hueso con Glenn Close en los 90’s. Y si bien se podría decir que esta película encaja en la lógica de Maléfica, lo cierto es que resulta mucho más coherente con el personaje y con la tradición de los cuentos de hadas.
En definitiva que no termine de encajar en esa lógica también es coherente con la película misma, que de tan ambiciosa se reproduce y muta constantemente con un espíritu medio punk, propio del personaje, cayendo en algunas instancias de un barroquismo demasiado confuso en el que no se termina de adivinar el tono. Pero la película de Craig Gillespie no tiene miedo de avanzar sobre múltiples ideas narrativas y visuales, que se amontonan y atragantan pero que no dejan de ser un estímulo para el espectador y una demostración de que hay algo que vibra ahí dentro, que es básicamente lo que la distingue entre tanto tanque planificado y soporífero. Tal vez para Gillespie la historia de Estella/Cruella (porque la película nos cuenta que antes de la villana hubo una niña que quedó huérfana cuando a su madre la atacaron unos dálmatas malvados -psicologismo de manual- y eso la llevó a luchar contra su demonio interior, que estaba y al que solo le faltaba representarse) resulta bastante personal, porque él mismo es un director con múltiples personalidades, algunos dirán hasta ecléctico: puede ser parte de la Nueva Comedia Americana (Enemigo en casa), un director indie (Lars y la chica real), uno furiosamente clásico (Horas contadas) y hasta uno medio scorseseano (Yo soy Tonya), aunque en esta última también había algo de los Coen. Bueno, de hecho la primera hora de Cruella es un cuento scorseseano superficial, como scorseseana era en su superficie Joker: en el uso de la música, en el montaje, en la construcción de personajes algo rotos que buscan recomponerse mientras luchan con sus demonios interiores.
Si los directores de los 80’s miraban los 50’s con nostalgia, pareciera que los directores actuales están revisitando los 70’s pero aplicando esa estética a historias ambientadas tal vez en otros tiempos. De ahí que todo luzca como un pastiche extraño, acompañado en este caso por una banda sonora atravesada por temas que son de la época, pero también otros que son totalmente anacrónicos, pasando por The Clash, The Rolling Stones, Connie Francis, Blondie o Ike & Tina reversionando Come together de The Beatles. Hay que decir que este espíritu caótico le funciona a la película durante un buen rato, cuando es bastante cómica y la actitud de los personajes no tiene un plan definido y son pura experiencia. Ya cuando Estella/Cruella pone en marcha su venganza contra la Baronesa (una Emma Thompson jugando de taquito su villana villanísima) la película se enreda en una serie de giros incómodos que alargan el último acto de una forma anticlimática. Es entonces en esa primera hora donde Cruella luce más libre y apuesta por repensarse como una historia Disney, poniendo en crisis no tanto el discurso histórico de las películas de la compañía sino más bien su actualidad de corrección política: los personajes pueden ser detestables, incluso emborracharse, ser explícitamente violentos y la película puede acompañarlos en ese camino sin juzgarlos demasiado.
Ahora bien, era clave observar de qué manera la película construía el camino de reivindicación de Cruella de Vil, que es en definitiva lo que la podía hacer trastabillar. Digamos que hay una apuesta por darle motivaciones a esa maldad, incluso se limpia bastante el vínculo del personaje con los perros (tal vez es el mayor grado de corrección que maneja el film), pero por un lado el viraje de la protagonista (una Emma Stone moviéndose a sus anchas entre lo angelical y la maldad irredimible) ingresa en los códigos de los cuentos de hada tradicionales y luce lógico y poco culpógeno y, por otro, sutilmente se dice que la maldad en Estella era una posibilidad, un camino a tomar, y solo faltaba la chispa que la encendiera. Más allá de los lazos forzados que la película pretende tirar hacia La noche de las narices frías, Cruella es una película mucho más interesante por lo que propone que por cómo lo ejecuta, y aunque parezca mentira eso es algo poco habitual en un cine actual donde las apuestas son a lo seguro y la distinción se da en la habilidad del narrador. La pregunta final es cuánto podrá interesarle a un niño esta película, aunque eso sería dar por hecho que ese es su público potencial y, sinceramente, no estoy demasiado seguro; lo que le agrega otro plus de interés a esta película decididamente extraña.