Una comedia que da ganas de llorar
Juro que no exagero: en Cruzadas todo (¡todo!) está mal. No hay un solo aspecto que funcione. No hay un gag aislado, un parlamento que genere ni un esbozo de sonrisa. Una narración que se construye a los ponchazos, actuaciones penosas (ni los intérpretes parecen mínimamente convencidos de lo que están haciendo), diálogos imposibles, una acumulación de lugares comunes y vulgaridades (saben que no soy un conservador reaccionario, pero todo tiene aquí demasiado mal gusto), musicales espantosos y una trama burda que no provoca el más mínimo interés durante sus 90 minutos.
Rafecas -demasiado oportunista para mi gusto- centra el "conflicto" en la posible venta de las acciones de un multimedios demasiado parecido al Grupo Clarín. El dueño histórico (Enrique Pinti) ha muerto y la heredera (Moria Casán) quiere hacer cash (son "apenas" 25.000 millones de dólares). Pero allí aparece su "media hermana" (Nacha Guevara), reina de la bailanta, para aguarle la fiesta. Por supuesto, todo el odio inicial irá atenúandose poco a poco hasta llegar a la reconciliación final.
Diferencias padre-hija (Pinti-Casán) y madre-hija (Guevara-Telesco), enfrentamientos entre gangsters que resultan involuntariamente risibles, cameos que son tan torpes como el resto de los aspectos de la producción (por allí aparecen desde Pablo Lescano hasta Hernán Caire), personajes secundarios sin desarrollo alguno (triste destino el que el director de Un buda, Rodney y Paco le da a gente como Carlos Belloso o Cabito). Para completer semejante desatino, hay una mirada de clase que resulta no sólo estereotipada sino ya denigrante. Pero, créanme, lo ideológico es aquí secundario: el gran problema es que no hay un fotograma que respire nobleza artística, pasión cinematográfica. Cuando las películas argentinas habían alcanzado un estándar digno -del que parecía ya nunca se iba a bajar- aparece este engendro para demostrar que todavía hay mucho por mejorar. Una pena enorme.