Comedia de la decadencia
La cuarta película de Diego Rafecas, Cruzadas, es un verdadero Ovni. ¿Qué es exactamente esta película? Por lo pronto, su universo televisivo y esotérico, matizado por un misterioso estilo retro, elude un análisis veloz. ¿Quién es su espectador? ¿Qué predica en esta oportunidad su director?
La historia es casi un ?sketch: el dueño de un mega holding mediático (E. Pinti), supuestamente de más de noventa años, tiene dos hijas (mayores), una reconocida (M. Casán), la otra no (N. Guevara). Una pertenece al directorio y tiene un hijo en silla de ruedas obsesionado por la televisión; la otra administra una bailanta y también tiene una hija, que desea acríticamente la fama. La muerte del magnate llevará a que las dos hijas se conozcan y disputen la herencia. Habrá matones, peleas y una previsible reconciliación. Cada tanto se pronunciará una máxima con mensaje ?(por ejemplo, sobre la mani-pulación de las masas a través de los medios), y se citarán miembros extraordinarios de la especie: Krishnamurti, la Madre Teresa, Gandhi y Brian Greene.
Cruzadas es involuntariamente experimental y bizarra: los flashbacks y los flashforwards van y vienen, los tiempos de las escenas son irregulares y la concepción cromática del filme alcanza lo sublime ridículo en un número musical imaginado por Pinti en donde su escribana, su amante y todo el directorio bailan al compás de la cumbia villera un tema cuyo estribillo reza: “Un cortadito y un porrito”. El humor televisivo, siempre sexual y guarango, se sintetiza en estas encantadoras líneas: “Tengo dos perritos y uno es gay”, dice Pinti. Responde su asistente: “¿Qué marca?”. Remate del cómico: “Marca porongo”. El gag más sofisticado, dividido en dos escenas, involucra un consolador sonoro.
Del esoterismo light de Un buda , pasando por el reviente de Rodney y el miserabilismo de Paco , hay una constante en el cine de Rafecas: la decadencia y una espiritualidad difusa destinada a conjurarla. Decadencia social, política, religiosa y estética, y su contracara perversa y necesaria en la que se sucumbe a una esperanza en un impreciso trasmundo (desde donde nos habla Pinti) incompatible con la vida y la materia.