Este drama con aroma a western dirigido y protagonizado por Clint Eastwood se centra en un veterano cowboy que viaja a México a rescatar al hijo de su patrón y llevarlo a los Estados Unidos.
«Tal vez eso de ser macho esté un poco sobrevalorado», le dice Mike al pequeño Rafo (Eduardo Minnett), un niño mexicano que está trasladando a los Estados Unidos a pedido de su padre. «Macho» es el nombre del gallo de pelea que Rafo tiene y con el que se gana unos dineros en las calles de la Ciudad de México. Es un animal noble y lastimado que además puede salir en ayuda de su dueño cuando lo necesita, como un perro guardián que alguno quizás termine transformando, como dice el propio Mike, algún día en pollo frito. Rafo le puso ese nombre por motivos obvios, pero el nonagenario que tiene de compañero de aventuras ya vio demasiados «machitos» en su vida y piensa que quizás todo esa impostada bravura no sirva para nada.
CRY MACHO es otra de las películas en las que Eastwood revisita su pasado como héroe de acción violento recapitulando sobre algunos de los pasos entonces dados. Basada en la novela de M. Richard Nash que pensaba filmar a fines de los años ’80 pero demoró hasta hoy para dar mejor con la edad del protagonista, la película tiene guión de Nick Schenk, el mismo de GRAN TORINO, película con la que tiene varios puntos de contacto, especialmente en esa relación con niños –casi de abuelo y nieto– que empieza tensa y se va acomodando con el correr del tiempo.
La película procede con la facilidad narrativa acostumbrada de Clint, con su manera calma pero a la vez expeditiva de resolver las escenas sin demasiadas vueltas. No es de sus películas más sutiles o ambiciosas, pero su casi escolar simpleza produce un efecto casi meditativo. Y las fragilidades del guión –y de algunas situaciones y actuaciones– suelen ser cubiertas o tapadas por la fragilidad que emana el propio Eastwood, quien décadas atrás dominaba escenas con su porte y su fiereza mientras que hoy se lo ve con claras dificultades hasta para moverse unos metros.
Esa fragilidad física, algo de lo que el guión casi no se hace cargo, es la que le da a CRY MACHO una potencia dramática que no tendría de otro modo. Si bien la trama presenta una historia sobre la violencia, sus mitos y consecuencias, la imagen que genera Clint a cada paso convierten a la película en otra cosa, en una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre arrepentimientos y sobre las decisiones que se toman cuando uno sabe que no va a seguir mucho más dando vueltas por acá.
En el año 1979, Mike es una ex estrella de rodeo que tuvo un accidente siendo muy joven y tuvo que abandonar la profesión. La película resuelve muy rápidamente su historia y lo encuentra ya veterano, viudo y trabajando en un rancho a las órdenes de Howard Polk (el actor y cantante de música country Dwight Yoakam). A su jefe, que ha decidido reemplazarlo porque el hombre ya está muy grande para esos literales trotes, se le ocurre que es la persona ideal para encargarle una tarea complicada. ¿Por qué? Como sucede en LA MULA, se trata de un anciano blanco norteamericano del que nadie va a sospechar que tiene intenciones no del todo legales.
Howard le encarga a Mike que vaya a «rescatar» a su hijo, el tal Rafo, que vive en México con su madre, con la que el hombre no se lleva nadie bien. Howard le asegura que la mujer que lo maltrata y que va a estar mejor en el país del norte, junto a él. Mike duda pero hace el viaje –hay una simpática escena en la frontera que deja en claro que la película transcurre 40 años atrás– y al llegar a la casa de la madre en cuestión se da cuenta que Howard no estaba equivocado, que su ex (una Fernanda Urrejola triplicando el estereotipo) es una poderosa mujer con matones a su lado (no queda claro si es narco o si está actuando en una telenovela) que se le ríe en la cara ante su intento de llevarse al chico.
De todos modos el asunto se resuelve más fácilmente de lo pensado –la mujer parece más preocupada en su escote que en si su hijo está o no ahí– y pronto Mike conoce al supuestamente peligroso (¿?) Rafo y al tal Macho en una pelea de gallos y no tarda mucho en convencerlo de irse con él. A Rafo le fascina la idea del rancho, los caballos, el mito de los Estados Unidos y sus cowboys. Y el film irá contando las aventuras y la relación que se irá estrechando entre ambos mientras escapan de policías, matones, gángsters y federales.
La secuencia clave de la película –acaso su razón de existir– es cuando Mike, Rafo y el gallo se detienen a pasar unos días en la casa de Marta, la dueña de un restaurante de un pequeño pueblo. La señora (Natalia Traven) que tiene hijos y nietos los atiende, los protege de la persecución y hasta saca a bailar al veterano Mike una cálida versión de «Sabor a mí» en la que frases como «pasarán más de mil años, muchos más/Yo no sé si tenga amor la eternidad» quizás tengan un significado que ni la misma producción advierte.
Allí aparecerá un posible conflicto: Mike y Rafo tienen que seguir su camino aunque se ven muy cómodos allí (el chico también tiene algún interés romántico que pone en perspectiva su imaginaria carrera como cowboy) y ninguno está seguro de querer volver a las rutas, a la escapatoria y a la potencial violencia. Pero papá Howard –cuyas intenciones con el niño no son tan inocentes y humanistas como parecen– los está esperando, Mike es un hombre de palabra y Clint no es de abandonar misiones por «asuntos de polleras».
Es un cuento sencillo y hasta anticuado que funciona casi como una canción de cuna disfrazada de film de acción. Eastwood no explora demasiado en la vida supuestamente llena de arrepentimientos de Mike ni parece interesarse en entender la lógica de esa extraña pareja de padres que Rafo tiene. El chico es, más que nada, un personaje utilitario, el que le permite verse a sí mismo, unos ehhh 80 años antes (en términos de la ficción sería a fines del siglo XIX), enamorado de la mitología del Oeste, de la idea de salir adelante a través de la fuerza y de no mirar dos veces para atrás. Y aprovecha ese momento de reflexión pasarle alguna lección al chico.
El Mike de hoy no reniega del todo de su pasado, pero lo relativiza. «No me molesta el nombre Macho», le dice a Rafo, especialmente cuando el gallo prueba que puede ayudarlos a resolver problemas. Pero le deja en claro que no todo en la vida pasa por ahí. El Eastwood frágil, flaco y con rodillas endebles que transita la película no necesita ponerlo en palabras. Le basta con mirar alrededor y darse cuenta que hay un mundo que lo está dejando de lado y otro que lo acepta y hasta necesita. El resto es leyenda.