Cry Macho

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Había una vez un viejo, un pibe y un gallo. 40 largometrajes en 50 años: imposible que no haya altibajos en tan nutrida producción, que tuvo sus picos de calidad en las décadas del ’80 y ’90 (El jinete pálido, Bird, Cazador blanco, corazón negro, Los imperdonables, Los puentes de Madison, Medianoche en el jardín del bien y del mal) y algunos trabajos controvertidos en el último tiempo (como el irritante El francotirador).
Con envidiable pasión, Eastwood no se detiene y este año dio a conocer Cry Macho, que parte de una novela homónima de N. Richard Nash y está planteada casi como un cuento: con simpleza, candidez, personajes de atributos marcados y momentos de tensión que se suavizan con ternura.
Hay una ex estrella del rodeo que, a pedido de un amigo, debe ir a México a buscar al hijo preadolescente de éste y volver con él; al encontrarlo, se entera que, distanciado de su conflictiva madre, se gana la vida gracias a un gallo de riña. En definitiva: un viejo, un pibe, animales (caballos, gallos), personajes solitarios, pequeños grandes desafíos, viaje y aventura. Con todo ello, Eastwood gestó en pandemia y con 90 años (en mayo último cumplió 91) esta película menor pero con encanto, en la que, como actor y director, transmite la calma que da la experiencia y el hecho de haberse formado trajinando estudios de cine y televisión desde los años ’50. En Cry Macho varias transiciones y resoluciones formales son como suspiros de un cine que ya casi no existe.
Podría decirse, además, que lo simplón se balancea con lo valioso: si la caracterización de la madre del chico (Fernanda Urréjola) es telenovelesca y los comentarios sobre ella dejan un regusto conservador, eso se compensa con el otro personaje femenino importante, una viuda de carácter fuerte y seductora presencia (la actriz mexicana Natala Travenque, que se gana al espectador cada vez que aparece en pantalla). El chico (Eduardo Minett) no es tan salvaje como se anticipa, pero eso ayuda a que el film no centre su interés en lo que sería la difícil domesticación de un rebelde sino en la relación casi filial que entabla con quien podría ser su padre o su abuelo (y que finalmente no reemplaza al padre biológico). La música tiene momentos en los que resulta redundante (subrayando los momentos emotivos) y otros en los que asoma con brillantez, absolutamente integrada al paisaje geográfico y humano, sobre todo durante la primera mitad. Hay diálogos ingenuos entrecruzados por agridulces reflexiones en las que se expone mansamente el aprendizaje que significa aprender a convivir con el recuerdo de seres queridos y desgracias vividas, así como el estereotipado trazo de los policías mexicanos y lo previsible de algunas persecuciones no conducen, afortunadamente, a convencionales balaceras. No queda del todo claro el motivo por el cual Eastwood decide repetir en el desenlace parte de una secuencia y una canción que habían tenido importancia un rato antes, ni tampoco por qué la acción transcurre treinta años atrás, aunque esto último tal vez sirva para justificar ciertas acciones. Los traspiés se equilibran con hermosos segmentos, como el primer encuentro con la mujer en el bar o la conversación del viejo con el pibe en la capilla.
Cry Macho no es una película para aplaudir pero tampoco –salvo que se la vea con sorna o desconfianza– para denostar. Pequeña en ambiciones, ligeramente anacrónica pero noble, afable, placentera sin estridencias, como encontrar refugio una noche de lluvia o escuchar un bolero de Eydie Gormé con el trío Los Panchos.

Por Fernando G. Varea

https://www.crymachofilm.net/