Desde el título Eastwood nos habla, anuncia intenciones. ‘Cry Macho’ es el relato de un hombre de 91 años que observa el pasado con remordimiento y nostalgia y el futuro con desdén pero también con (cierta) esperanza; ello aplica tanto para el inoxidable Clint como para el personaje que encarna en esta nueva cinta: Michael Milo.
Mike es un experimentado ranchero y una ex-estrella de rodeos del estado de Texas que, por encomienda de su jefe (Dwight Yoakam), deberá viajar a México en búsqueda de Rafo (Eduardo Minett), un niño de 13 años. La travesía supondrá para Mike, más que el desafío físico, una retrospectiva sobre las heridas más dolorosas de su vida pero, a su vez, la oportunidad —a partir de la relación que irá estableciendo con Rafo— de sanar.
Desde este jueves 16 de septiembre ‘Cry Macho’ se estará proyectado en los cines y en las próximas semanas se encontrará disponible en el catálogo de HBO Max.
El desierto, el asfalto polvoriento y puebluchos mexicanos olvidados aledaños a la frontera con EE.UU son los paisajes escogidos por Eastwood para esta especie de road movie que por default decanta también en buddy movie. El peculiar vínculo entre Mike y Rafo es el motor de la trama y de la evolución recíproca. Si bien puede apreciarse una lógica jerárquica, una relación educador-educando o padre-hijo, en los hechos se produce un aprendizaje y enriquecimiento mutuo. La química entre Eastwood y Eduardo Minett es total, tanto en los pasajes cómicos y amenos (abundantes pero no empalagosos) como en las catarsis dramáticas.
Parece imposible adjudicarle a ‘Cry Macho’ algún valor asociado a lo revolucionario. Es un relato que elige las formas clásicas y las ejecuta con madurez y maestría como solo un tipo con la trayectoria de Eastwood podría hacerlo. En la puesta en escena y en la concatenación de planos, en el juego con el fuera de campo y en el montaje, se hace diáfana la fina visión de alguien que ha vivido por y para el cine. Alguien que tiene la sapiencia exacta sobre la información mínima y vital que el espectador necesita para seguir el hilo conductor a la perfección. En ‘Cry Macho’ esa sabiduría se vislumbra en un montaje lacónico y sintético (sin que los diálogos necesariamente lo sean). Que sabe cuando detenerse y cuando ir a fondo. Que imprime un ritmo liviano que hace pasar volando las casi dos horas que dura el filme.
En contraste a la fluidez de la forma, algunas ideas y elucubraciones que acompasan el unívoco arco narrativo, no terminan de lograr contundencia. Reconocido Eastwood por su pensamiento político (una suerte de republicanismo que se ha ido moderando con el tiempo), su abordaje y su pregunta sobre lo masculino es lo más arriesgado en el ideario de la película, pero siempre da la impresión de quedar bajo el ala de lo que más realmente lo interpela: el paso del tiempo. De allí surgen las imágenes y los diálogos más sensibles y profundos, aunque el título nos prometa otra cosa. Ojo: como dije, no hay ausencia de reflexión sobre la masculinidad; sí una presencia que no termina de ser efectiva, a veces cayendo en una cursilería simplista cuando hubiera sido interesante una perspectiva más amplia y complejizadora. Una perspectiva que sí aparece en torno a la cuestión del tiempo.
La dialéctica entre pasado y futuro resulta el eje más matizado e interesante de la cinta. En el marco del choque generacional Eastwood despliega a través de la sinécdoque (la parte por el todo) preguntas y respuestas tan personales como universales. Hay una visión contradictoria sobre las nuevas generaciones, esperanzadora como escalofriante (atenti a uno de los planos finales donde el subtexto es muy claro). Por otro lado, hay un contrapunto entre los personajes que representan la vieja generación, una división en apariencia maniquea, pero que, si se afina la lectura, enfila también hacia la contradicción y la ambigüedad. Además hay una sincera —y quizá algo trillada ya en Eastwood, después de varias películas personales de presunta despedida— lección sobre la madurez.
Lejos de la chispa de sus mayores éxitos, Eastwood da con ‘Cry Macho’ una lección magistral —y necesaria en los tiempos que corren— de clasicismo cinematográfico. Sensible, sagaz, pero quizá, para muchos, no lo suficientemente audaz y profunda en el tratamiento de temáticas en las que hubiera sido interesante conocer la perspectiva del eterno Hombre sin nombre.