La carrera de Clint Eastwood como director bien podría representar un acertado reflejado de su configuración como icono cultural: sobria, estoica, sencilla, poética e ideológicamente contradictoria. Desde su debut con Play Misty for Me (1971), aquel excelente thriller al que le debemos toda una (no muy querida) seguidilla de filmes sobre mujeres psiquiátricas obsesionadas con un tipo, hasta sus más destacados trabajos como Million Dollar Baby (2004) y Gran Torino (2008), el Hombre sin Nombre ha dejado en claro por qué es el último cineasta clásico.
La plasticidad de Clint para la narración junto a su exploración de la moralidad y la melancólia, son aspectos innegables de su cine y han quedado grabados en joyas como Unforgiven (1992), en donde denuncia las raíces ultraviolentas de los Estados Unidos mientras rinde honor al género que lo formó, y Cartas desde Iwo Jima (2006), su historia bélica más cruda y contundente. Toda una aventura en celuloide comandada por un artista inconmensurable que a sus 91 años se atreve a abrir nuevamente el juego con su film número 39, en donde despliega también su faceta actoral. Se trata de Cry Macho, una propuesta que originalmente había llegado a manos del director para su adaptación en 1988, pero que por diversas razones de cast y derechos recién ahora podemos ser testigos de su realización.
Rodada con todos los protocolos habidos y por haber durante el apocalíptico 2020, Cry Macho vuelve a reunir a Eastwood con Nick Schenk, guionista de las celebradas Gran Torino (2008) y La Mula (2018), en una historia de redención que reflexiona sobre el paso del tiempo, la idea tradicional de masculinidad y el choque generacional.
Érase una vez en el oeste
Basada en la novela homónima de N. Richard Nash (co-escritor del guion junto con Schenk), la película se encuentra ambientada en 1975 y presenta a Mike Milo (Clint Eastwood), un veterano ex campeón de rodeo con un doloroso pasado familiar que actualmente se dedica a la cría de caballos. El imperturbable día a día de Mike se ve trastocado cuando su antiguo jefe (Dwight Yoakam) le encomienda traer a su hijo, un chico problemático de 13 años llamado Rafo (Eduardo Minett de La Rosa de Guadalupe), a Texas desde México. En esta suerte de operación rescate, el protagonista se debe enfrentar no solo a las fuerzas policiales fronterizas sino también a la poderosa madre vengativa (Fernanda Urrejola) del joven y a uno de sus tantos matones.
Mientras huyen de pueblo en pueblo en camioneta, Mike y Rafo construyen una improbable amistad en donde los típicos rasgos asociados al concepto de «Macho» cobran relevancia. Custodiados por la fiel mascota de Rafo -un gallo de pelea bautizado, valga la redundancia, con el nombre de Macho- el dúo comparte sus saberes y angustias de la vida cotidiana.
Nuevamente, Clint Eastwood hace suyo a un personaje que coincide con el prototipo que ha interpretado a lo largo de los últimos años. Un tipo duro, con recuerdos tormentosos, que se arriesga por lo que cree justo y que no tiene ningún tipo de recado a la hora de exponer sus prejuicios raciales o misóginos. En este sentido, no resulta casual que haya esperado tanto tiempo para poder realizar esta película y llegar con la edad necesaria para ver el mundo con los mismos ojos del personaje de la novela.
Podríamos inclusive pensar a Cry Macho como la tercera parte de una trilogía que involucra tanto a Gran Torino como a La Mula y que tiene como eje central el punto de vista crepuscular sobre determinados aspectos de la vida, entre los que se pueden mencionar el reconocimiento, la decrepitud y el concepto de hogar y familia. En esta ocasión, Eastwood se anima también a verbalizar un tema tan en auge como es el machismo, nada menos que desde la visión de un anciano cowboy que ve en el joven a su cargo el triste reflejo del esclavizante mandato patriarcal que él ha padecido.
Mediante una narrativa clásica, planos bellamente entrelazados y su habitual economía del diálogo, el director lleva al público como en una road movie por los diversos parajes que la dupla protagónica va recorriendo y dejando su huella. La banda sonora, con el conocido bolero Sabor a Mí sonando en las ocasiones en que el personaje de Mike entabla una tierna relación con Marta (Natalia Traven), la dueña viuda de un bar, le otorga al relato ese toque especial y dulce evitando caer en cursilerías. Obviamente, no faltan los típicos momentos de tensión y violencia en los que el director parece burlarse de los clichés del género de películas del oeste como ya lo ha hecho anteriormente en otros trabajos.
Pero más allá del clasicismo del relato y el humanismo que plasma Eastwood en cada una de sus historias, lo que cautiva de Cry Macho es esa esencia de cine artesanal, de película ajena al tiempo que no necesita de un puñado de referencias culturales cada dos minutos para generar nostalgia. Un filme que nos remonta a una época que parece cognoscible incluso para las generaciones más jóvenes, a las que la urgencia por ir detrás del producto popular de turno continúa, en gran medida, obstaculizando una conexión con el cine desde un lugar mucho más profundo y paciente.