Desde Texas con amor
El gran Clint Eastwood regresa dirigiendo y protagonizando Cry Macho, su película nº40, un western moderno que cuenta la historia de Mike Milo, un longevo cowboy que durante los años 70 debe viajar a México para traer de regreso a Texas al hijo de su patrón, Rafo, un conflictivo pero sentimental joven que, al igual que Mike, busca su lugar en el mundo. Basada en la novela homónima de Nathan Nash.
En Coogan’s Bluff (1968), de Don Siegel, el sombrero de vaquero que lucía Clint Eastwood durante gran parte de la película funcionaba como un elemento que se ocupaba de concentrar gran parte de los rasgos que definieron la personalidad del actor estadounidense, especialmente en este tipo de producciones, en las que encarnaba una figura tan atractiva como cuestionable si se quisiera reinsertar en los tiempos actuales. En Cry Macho, Eastwood vuelve a colocarse ese sombrero, pero sus 91 años le dan otra significancia al ala ancha. Ahora, representa el apego a un tiempo tan glorioso como pasado. Sirve como un sello distintivo que permita continuar asociándolo a esa figura rea, pero que también lo yuxtaponga ante el inevitable paso del tiempo. Porque el sombrero no envejece, aunque sí su portador. Lo que antes era imponente, ahora causa ternura. La frialdad se convirtió en calidez. Y aunque el outfit de cowboy continúe presente, mucho varían las miradas, las expresiones, los movimientos y las palabras.
Si bien la constancia de Eastwood como realizador continúa sumamente vigente (ni una pandemia mundial parece detenerlo para que siga filmando películas), su protagonismo en estas obras ha sido bastante acotado, principalmente durante los últimos años. Gran Torino (2008) y The Mule (2018) han sido los últimos dos protagónicos de Eastwood en obras de su autoría -en 2012 protagonizó también Trouble with the Curve, aunque fue dirigida por Robert Lorenz-.
En Gran Torino, la violencia contenida que caracterizó a diversos personajes de la filmografía de Clint ocupó un peso preponderante, aunque ya sus 78 años daban lugar a una nueva mirada por parte del espectador. Tras diez años, su regreso en The Mule le permitió jactarse de su vejez con varias dosis de humor, tanto en lo referido a su relación con la modernidad como en las peligrosas situaciones que le tocaba afrontar. Probablemente, Cry Macho sea la composición más equilibrada de esta última figura de Eastwood, en la que se permite llorar -obviamente-, construir cálidas relaciones con el atribulado adolescente al que debe llevar de México a Texas (notable Eduardo Minett) o una altruista mujer que encuentra en el camino (Natalia Traven), presumir alguna capa de su inoxidable masculinidad y, sobre todo, conmover. No solo en términos argumentales que resultan enormes aún en la semejante simpleza que poseen, sino en los factores externos a la historia, que encuentran al actor/director en plena actividad, sin que su edad ni el tormentoso contexto de pandemia parezcan impedimentos para ello.
Hay ejes tradicionales sobre los cuales se desarrolla la historia de este longevo macho que van desde cumplir con las deudas pendientes, ser un mapa de la experiencia o buscar la redención, cuestiones que, en definitiva, resultaban más que esperables en este retorno de Eastwood. No obstante, también era presumible que todo funcionaría más que bien. Porque Cry Macho es de esas historias que no fallan en su cometido (más cuando son ejecutadas por leyendas vivientes como Clint) y que, además, esperanzan. Probablemente, una vez que los créditos finales comiencen sea inevitable realizarse una pregunta incómoda y angustiante.
Resistamos. Por lo pronto, tener la certeza de que aún en estos tiempos contamos con la suerte de disfrutar a Eastwood en la pantalla grande es motivo de celebración.