Qué me han hecho tus ojos
Casi treinta años después, a los 91, en Cry Macho Clint Eastwood vuelve a montar a caballo por primera vez desde Los imperdonables.
“Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.
(Ernest Hemingway)
Katie Ledecky
Clint Eastwood tiene una sombra más grande que la de cualquiera. Sobre sus espaldas carga no solo a sus personajes, también al pasado de cada uno de ellos. En el western El jinete pálido (Pale Rider), dirigido y protagonizado por Clint en 1985, un predicador llega a un pueblo habitado por buscadores de oro para ayudarlos a defender su lugar del inescrupuloso Coy LaHood (Richard Dysart) y su compañia minera. El trabajo artesanal de los buscadores vs. las máquinas de la compañía; el pasado contra el futuro. Pero ese hombre que más que llegar irrumpe en Carbon Canyon no siempre usó el cuello blanco: en una vida anterior fue pistolero. Por eso guarda en un cofre con llave, seguro en una oficina de correos, el revólver que se prometió a sí mismo no volver a usar. “¿Qué fue eso?”, le pregunta una mujer (Sarah) cuando a lo lejos se oye un grito: “¡Predicadoooor!”. “La voz del pasado”, responde el personaje de Clint Eastwood. El duelo final será entre él y Stockburn (John Russell), el Agente Federal que creyó haberlo matado cuando lo acribilló por la espalda. El predicador regresa de la muerte cuando una chica de quince años, al borde de perder la última esperanza tras otro ataque a su asentamiento, pide un milagro. El milagro no tiene nombre para ella pero sí para nosotros: Clint Eastwood. Siete años después, Clint protagonizó y dirigió otro western: Los imperdonables (Unforgiven). Su personaje se llama Bill Munny, a quien muchos creen bajo tierra. Ahora lleva otra vida: atrás dejó las atrocidades que cometió cuando era un inconsciente y violento asesino, para dedicarse a la granja y a sus hijos tras enviudar. Fue su amada esposa quien lo alejó de la bebida que lo cegaba, quien lo transformó en una mejor persona, en alguien común y corriente. Pero el pasado siempre vuelve, en los westerns y fuera de ellos. Un joven apodado “Kid” busca al retirado Bill Munny para hacer juntos un trabajo de cazarrecompensas. Bill asegura que no es a quien busca, y en parte es verdad. Sin embargo, la falta de dinero lo arrastrará a reencontrarse con todo eso que creyó haber enterrado. “¿Te asustabas en los viejos tiempos?”, le pregunta Kid a Bill. “No me acuerdo”, contesta con un poco de desprecio hacia el chico. No es una cuestión de memoria sino de que él ya no es la misma persona, a pesar de que vuelva a apretar el gatillo.
Clint Eastwood es tan inmenso que tanto en El jinete pálido como en Los imperdonables a sus personajes no les basta con matar al villano: destruyen un sistema. Ambas películas son westerns crepusculares que muestran la conclusión de la Conquista del Oeste, el fin de una forma de vida. Los imperdonables tiene un discurso letal: el director asegura que los personajes que generó el western ya no tienen lugar en el mundo. Cry Macho, la nueva película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, le rinde un homenaje a esos vaqueros que se quedaron sin hogar. Les da un espacio en su propio cuerpo: Clint es Mike Milo, una ex estrella del rodeo que lo perdió todo tras un accidente. Son los años 70: ahora es viejo, ya no compite ni tiene grandes desafíos, pero su impronta sigue siendo la de un cowboy. Su trabajo diario es criar los caballos del hombre que lo sacó del pozo cuando se quedó sin nada. Es hora de pagar el favor: su jefe (Dwight Yoakam) le pide que viaje de Texas a México para encontrar al hijo de trece años, Rafa (Eduardo Minett). Salvarlo de un contexto de maltrato y llevarlo en auto hasta el reencuentro con su padre en la frontera. Una vez más el personaje de Clint tiene una última misión. Es el final de un vaquero y, en ese sentido, Cry Macho podría leerse como una película crepuscular de Clint en el western. Es curioso que Cry Macho, basada en la novela de N. Richard Nash, es un proyecto que el productor Al Ruddy en 1988 le ofreció hacer a Clint como actor. De haber aceptado, hubiera sido la película entre El jinete pálido y Los imperdonables. No sucedió: Clint se negó a interpretarlo porque consideraba que en el 88 era demasiado joven para ese papel. Su deseo era dirigir a Robert Mitchum en ese personaje, ya que era bastante mayor que él. El proyecto pasó de mano en mano, de actor en actor. Arnold Schwarzenegger estuvo por personificar a Mike Milo antes y después de ser Gobernador de California. Tal vez no lo interpretó otro porque ese personaje estaba hecho para Clint. Incluso, si uno observa la portada de la novela original, publicada en 1978, Mike Milo es igual a Eastwood en la ilustración. ¿Pura casualidad?
“Un día sentí que era hora de volver a visitarlo. Es divertido cuando algo tiene tu edad, cuando no tienes que esforzarte para ser mayor “, dijo hace poco Clint en una entrevista a Los Angeles Times acerca de Mike Milo. En Cry Macho Clint vuelve a montar a caballo por primera vez desde Los imperdonables, pasaron casi treinta años. Tal vez su cabeza olvidó cómo hacerlo, pero no su cuerpo. El actor y director de 91 años se sube al caballo y le enseña al chico de trece años, Rafa, cómo domar a la bestia. Cry Macho, con guion adaptado de Nick Schenk (quien ya trabajó con Clint en Gran Torino y La mula), se presenta como una road movie: Mike atraviesa la ruta junto a Rafa (y su gallo llamado Macho), y en el camino se preguntarán quiénes son realmente, cuál es su lugar. La ambición del adolescente es ser “macho” como su gallo y admira a Mike por haber sido un vaquero. Pero esa admiración no tardará en convertirse en desilusión: “Solías ser duro. Ahora eres débil. Montabas caballos, toros. Eras alguien. Solías ser fuerte. Macho”, le grita Rafa furioso. Mike respira y le explica que solía ser muchas cosas, pero ya no es nada de eso. “Las cosas de machos están sobrevaloradas. (…) Es como todo en la vida, crees tener todas las respuestas y envejeces y te das cuenta que no”. ¿Eso lo dice Mike o Clint? En El jinete pálido Sarah, la mujer que está enamorada del predicador, le pregunta a este hombre misterioso quién es realmente. “¿Importa eso?”, responde el personaje de Clint. En Cry Macho tampoco importa. Eastwood da un discurso para deshacer la construcción del hombre violento que impone miedo e invita a este vaquero a buscar un principio en vez de un final.
Clint empezó como actor en monster movies de Jack Arnold sin saber que sería él quien medio siglo después se convierta en un Monstruo del cine. En la primera película donde apareció, a sus 25 años, fue en Revenge of the Creature: el Monstruo de la Laguna Negra es convertido en una atracción de acuario hasta que logra escapar de la crueldad del hombre. Clint aparece unos segundos, es un asistente de laboratorio que saca un ratón del bolsillo del guardapolvo blanco. Su papel es tan chiquito como el tamaño del ratón, sin embargo, logra instalar un interrogante a través de los ojos claros que parecen pelear contra los párpados. ¿Quién es ese joven de jopo rubio y qué oculta en esa mirada? En el mismo año se estrena otra película: Tarántula. Jack Arnold vuelve a llamar a Eastwood pero esta vez lo saca del laboratorio y lo sienta en un avión del ejército. Clint lleva puesto un casco y una mascarilla; ¿lo único que vemos de él? Sus ojos.
El primer western en el que actuó fue Star in the Dust (Charles F. Haas, 1956), pero recién en 1964 el nombre de Clint apareció grande en un afiche: esa película es Por un puñado de dólares. No es solo una cuestión de cartel o de ego; el grosor de las letras adquiere otro relieve porque fue Sergio Leone quien le dio la identidad como actor y futuro director que tiene Clint hasta el día de hoy. La manera de pararse frente a la cámara, el ritmo lento al caminar para que cada pisada tenga su protagonismo, pero sobre todo la autoridad en la mirada. Leone no reveló el misterio que se esconde en los ojos de Clint, lo magnificó dándole inicio a una leyenda. Por eso en Cry Macho Mike Milo se presenta a través de la mirada: sus ojos se reflejan en el espejo retrovisor del auto que conduce en los primeros segundos de película. En El jinete pálido LaHood describe al predicador alto y delgado. Hasta que de repente dice “Sus ojos…había algo extraño en sus ojos”. Stockburn descubre de quién está hablando por ese último comentario, porque nadie tiene ese “algo” en los ojos salvo Clint. No importa que en Cry Macho ya no luzca como en El jinete pálido. Que su piel esté arrugada, se haya ausentado el jopo rubio y camine un poco encorvado: es la mirada de Clint todo lo que necesitamos para reconocerlo. A él cargando un pasado. “Ya no luzco como a los veinte, ¿y qué?”, dijo hace unos meses en una entrevista.
Cry Macho no es ni pretende ser la mejor película de Clint Eastwood. Tampoco creo que alguna vez el director se haya propuesto hacer una obra maestra, porque una de las cosas más valiosas de Clint es que tiene oficio. Cuenta historias, filma sin parar y se para delante de la cámara recordando que podría estar trabajando en la estación de servicio donde empezó con su papá. Sin embargo, logró construir una carrera como actor a pesar de que su padre en los años 50 le advirtió que podría decepcionarse si se iba a Los Ángeles a probar suerte. Hay una conexión directa entre Los imperdonables y Cry Macho: en la primera el personaje de Clint, Bill, no respeta a las generaciones más jóvenes que él. Kid le parece un cobarde y un mentiroso, un chico que no tiene nada para ofrecer. De la misma forma mira a los jóvenes en El jinete pálido: como unos perdedores que no saben nada de la vida, y menos del trabajo. En Cry Macho modifica esa visión pesimista frente al futuro: Mike Milo le enseña a Rafa a colocar la brida al caballo, a poner los pies en los estribos. En ese legado que generosamente le entrega se abre otra posible lectura: tal vez nos esté enseñando a nosotros cómo ser futuros vaqueros y continuar su leyenda. No importa si Cry Macho es la última película de Clint porque él siempre vuelve. Clint no es pasado, tampoco es futuro. Clint no tiene tiempo, como la muerte o la vida. Es y será el jinete pálido que aparece cuando uno lo necesita y después se va. El milagro que nos devuelve la esperanza a través de sus ojos.