“No sé cómo curar la vejez”, dice Mike Milo, un cowboy veterano que tiene buena mano con los animales, pero poco para ayudar a una perra vieja. El protagonista de Cry Macho es Clint Eastwood, y la frase, como la concepción misma de este personaje, parece hablar de sí mismo. El ícono de 91 años vuelve a convertirse en un melancólico héroe de acción (que fue) para el que la edad es problema solo en la mirada de los otros. Capaz de ensillar caballos salvajes sin caerse, evocando sus tiempos de jinete de rodeo. Capaz de romperle la cara de una piña a un enemigo, capaz de enamorar y enamorarse, Mike tiene que ocuparse de otros problemas como para preocuparse por la vejez. Que no se puede curar.
Y si en Gran Torino (escrita por el mismo guionista, Nick Shenk, basado en la novela de N. Richard Nash), el actor-director cruzaba al gringo solitario con la otredad de una familia asiática, aquí lo hace de nuevo con otra generación, pero entre mexicanos. Trabajando la mirada en la barrera del estereotipo: un gringo esencial, cowboy que no respira sin su sombrero, frente a mexicanos capaces de bastante más que matonear o hacer tortillas. Claro que eso lo irán descubriendo los unos de los otros, porque primero hay que tener el tiempo para conocerse.
Cry Macho es un western, acaso, ochentoso: una era preteléfonos móviles y en la que no existía El Muro. Cuya historia nace cuando el jefe de Milo, un ranchero próspero, que lo ayudó a recuperarse cuando Mike perdió a su familia, le pide que le devuelva el favor, viajando a México para traerle a su hijo de 13 años que está metido en problemas.
Es un preámbulo expeditivo, que rápidamente deja a Mike frente a la madre del chico y sus esbirros, un grupo de clichés andantes al que mucho no le importa el muchacho. Así que Mike descubre que la operación será más fácil de lo que pensaba. Porque además, cuando lo encuentra, el chico desea escapar de ese entorno abusivo, aunque no se explique demasiado cómo ni porqué.
Como en La Mula, esta road movie implica una aventura con obstáculos (los malos, la poli), por carreteras solitarias, a través del paisaje seco de la frontera. Con el chico y el viejo en una camioneta igual de vieja, que irá cambiando por otros vehículos no menos vaqueteados, y junto a un gallo llamado Macho, animal de riña que es como una mascota.
Hay una primera parte simple y esquemática, y diálogos aleccionadores que no suenan muy originales, como el que refiere al macho en cuestión. Hay situaciones que se resuelven de un plumazo, como en una (vieja) película para chicos, que, por cierto son también público de este film para todo público. Pero en el centro de todo eso, está el personaje. Es decir, está Eastwood: caminando despacio, mirando de soslayo, escupiendo sus pocas palabras como con esfuerzo, escondiendo sentimientos bajo el ala del sombrero.
Mientras la película crece y se desarrolla. Y la sucesión de escenas amables, simpáticas en su ternura amarga, lleva hacia una instancia poética, más interesante. En la que la posibilidad de descubrir un lugar en el mundo, cuando el mundo parece ya de retirada, aparece como una especie de epifanía realista.
Con la estructura del género del oeste, Eastwood y Shenk desempolvan el clásico relato del forastero que llega para cambiar las cosas, y de paso cambiarse a sí mismo. Cry Macho es otra historia de segundas oportunidades. Pero también una que toma posición: por el encuentro entre desencontrados, por lo compartido entre destinados a rechazarse. Por eso que nos hace iguales, humanos, en un mundo que se alimenta de diferencias.