Cry Macho

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

ÉRASE UNA VEZ EN MÉXICO

Esto es pura especulación, porque solo él puede confirmarlo, pero por lo menos desde Gran Torino que Clint Eastwood parece estar despidiéndose, haciéndonos saber que en cualquier momento se muere. Es que claro, el tipo ya tiene 91 años. Pero, a pesar de eso, posee la suficiente lucidez no solo para ensayar despedidas, sino también para reflexionar sobre la inminencia de la partida y las preguntas que todo eso acarrea. Si en películas como El caso Richard Jewell, Sully: hazaña en el Hudson y Francotirador hay una perspectiva más macro, que se interroga sobre los lazos entre los individuos y la sociedad norteamericana, sin por eso eludir lo personal; podría decirse que Gran Torino, La mula y ahora Cry Macho conforman una trilogía definitivamente íntima, donde el concepto de vejez está muy presente y en la que el propio Eastwood pone el cuerpo desde los protagónicos.

En los tres films hay una búsqueda de redención y paz interior, pero por distintas vías y tonalidades. En Gran Torino había algo sacrificial, muy cercano al western fordiano, mientras que en La mula se daba una aceptación de las miserias propios, de reparación parcial a través de normas morales y familiares. Pero Cry Macho introduce un factor distintivo, que es la chance de hallar la reconstrucción completa y, con ella, la felicidad. El trampolín para esa segunda oportunidad se le presenta a Mike Milo, una ex estrella del rodeo y criador de caballos, quien acepta un trabajo para ir hasta México, rescatar al hijo de su antiguo patrón y llevarlo a Estados Unidos, lejos de su madre alcohólica y abusadora. Hay una deuda de gratitud que Milo no puede eludir, ya que ese jefe también fue un amigo que estuvo para él en sus peores momentos, cuando perdió a su familia y su carrera descarriló junto con su vida personal. Sin embargo, la travesía no resultará simple, ya que Milo y el joven deberán esconderse de la policía y un grupo de criminales en un pequeño pueblo, donde encontrarán una especie de hogar inesperado.

No hay por qué negar que Cry Macho es una película claramente imperfecta, a la cual le cuesta arrancar y encontrar el tono apropiado. Hasta que Mike encuentra a Rafo, ese joven marginal que odia a su madre y duda sobre ir con su padre, a quien apenas conoce, y ambos arriban a ese pueblo en el medio de la nada, el relato se muestra algo errático y con algunos diálogos forzados. Eso incluso afecta la actuación de Eduardo Minett como Rafo, con pasajes un tanto sobreactuados. Sin embargo, cuando los protagonistas -en parte por una arbitrariedad del guión- deciden esperar en ese pueblo a que todo se calme, es que Eastwood encuentra lo que realmente quiere narrar. En ese tramo, que termina abarcando la mayor parte del metraje, que funciona como una especie de reversión de Testigo en peligro, el film fluye con una placidez asombrosa.

Ese medio tono que utiliza Eastwood con gran sabiduría y conocimiento alimenta un relato donde el drama se enlaza con momentos puntuales de comedia, romance e instancias de aprendizaje. Pero también le permite al realizador volver a mostrar sus inmensas cualidades como actor: hay, por ejemplo, una escena en una capilla, en la que Mike le cuenta parte de su pasado a Rafo, donde logra conmover hasta las lágrimas solo con la voz. Es que, cuando está en plena forma, como aquí, todo en el cine de Eastwood es economía de recursos, un despliegue notable de significados con solo un par de gestos formales. De ahí que, en base a contadas líneas, miradas y gestualidades, Eastwood nos confirme -una vez más- que es uno de los cineastas que mejor entiende a las mujeres, pero no porque sea un feminista explícito, sino porque es capaz de captar que la feminidad se expresa desde las relaciones humanas, desde la convivencia con el otro y no desde la discursividad. Cry Macho es una película donde las mujeres hacen lo que quieren, que les demandan a los hombres o que les dan no lo que desean, sino lo que necesitan. Y es también un cuento mínimo, pero perfectamente estructurado, de descubrimiento de otra cultura, de hallazgo de lo propio en lo que a primera vista podría parecer ajeno.

Hay una escena genial de Cry Macho donde Milo dice, casi disculpándose, “no puedo curar lo viejo”. La frase está referida a un perro enfermo, pero aplica también a Milo y al propio Eastwood. Clint está viejo, no hay cura para eso y quizás se nos vaya en cualquier momento, pero, así como Milo puede recuperar algo de la felicidad perdida, Eastwood todavía está en condiciones de darnos unos momentos más de alegría cinematográfica. Cry Macho es precisamente eso: un par de horas de dulce belleza, de sutil felicidad, que nos renueva la esperanza de que hay un mundo mejor ahí afuera, incluso cuando menos lo esperamos.