Mucha información, demasiados giros en la trama para desorientar al espectador y unos cuantos cambios de registro. Con todo ese lastre carga esta ópera prima del bilbaíno Igor Legarreta, protagonizada por una joven (Flor Torrente) que viaja con su padrastro (Eduardo Blanco) desde la Argentina hasta el País Vasco para reconstruir la confusa muerte de su padre biológico, producida en el asfixiante entorno de la dictadura de Franco. Tanto peso no permite que la película, planteada mayormente como un thriller con varios enigmas que se van resolviendo gradualmente -algunos de manera forzada y poco verosímil-, avance con la fluidez necesaria.
El añadido de una prototípica historia amorosa y algunos pasajes de humor más bien ramplón destinados a escaparle a la solemnidad tampoco encajan del todo en el contexto de un relato que sobrevuela una multiplicidad de temas (intrigas familiares, relaciones con las actividades políticas de la ETA, trampas de la Guardia Civil española, la trabajosa investigación de un crimen) sin profundizar en ninguno y termina recurriendo a una larga sucesión de flashbacks para vincularlos.
El compromiso de un elenco solvente y muy compenetrado con su trabajo es la fortaleza más visible de un film cuyo guion, empeñado en mantener los misterios hasta el epílogo, acaba por conspirar contra el ritmo narrativo y restar eficacia.