Siempre creyó que su padre la había abandonado, pero nunca se fue. En el año 2002 encontraron su esqueleto enterrado en un bosque, 33 años después de su desaparición. Esa noticia deja perpleja a su hija Laura (Florencia Torrente), quien no sabe cómo reaccionar, o peor aún, qué sentir.
Con este incidente inicial se propone narrar su ópera prima Igor Legarreta, que comienza en la actualidad pero la mayor parte del relato transcurre en el País Vasco durante el 2002. A través de flashbacks va y viene en las épocas para explicar una historia policial en la que Laura, que trabaja en un laboratorio científico en la Argentina, a raíz de esta noticia inesperada, debe trasladarse a España y con a la ayuda de su padrastro Fredo (Eduardo Blanco), y el inspector de seguros local, Javier (Miki Esparbé), investigan lo sucedido charlando con sus parientes vascos y la policía.
Si revolver el pasado familiar es complicado, lo es mucho más cuando hay un crimen de por medio. Descubrir quién fue el asesino es la misión que asumieron, aunque sea un modo doloroso de conocer a su padre, ya que cuando dejó de verlo era muy chica y los registros de la memoria infantil fueron borrados por el tiempo y la madurez.
El guión estructurado con flashbacks, que ocurren en tres momentos distintos, incluso para explicar la muerte, se recrea en varias ocasiones los años franquistas, y de yapa, vincularlos con la ETA. La ambientación está bien lograda, con muy poca música de fondo que apenas se la percibe.
La historia mantiene su curso gracias a una buena interpretación de Florencia Torrente, y una gran presencia de Eduardo Blanco que aporta la cuota de buen humor y optimismo necesarios para oxigenar y descomprimir un poco la solemnidad por la que transita el film, el que trastabilla con ciertos vaivenes en los diálogos porque el nivel no es parejo, de buenos e informativos con sustento pasan a otros insulsos. Lo mismo ocurre con las acciones, donde las casualidades abundan y también muchos lugares comunes, especialmente utilizados en el cine hollywoodense pero que trasladados a una obra española no provocan el mismo efecto, de modo que infiere una redundancia e imitación de ese estilo, por lo que el realizador navega en aguas conocidas por todos los cinéfilos para esquivar escenas más creativas y arriesgadas que podrían suponer un incierto y novedoso resultado.
Lo valioso de la narración es la capacidad de tener en vilo al espectador. Todos los personajes ocultan algo. Se acostumbraron y habituaron al entorno familiar y de amigos que el transcurso de la vida hace olvidar todo. Aunque las pruebas del delito no puedan borrarse fácilmente y que, en cualquier momento, no importa cuando, puedan salir a la luz y revertir la historia establecida como válida para revolucionar el statu quo imperante.