Venganza de una loba nórdica
Una película de terror fortalecida con metáforas y paradojas rupturistas para el género.
Si el cine nórdico llega a arrimarse al fenómeno que despertó la literatura de suspenso y terror en aquella región, da para esperanzarse. Un buen paso en esa dirección es el que ha dado el danés Jonas Alexander Arnby con su opera prima, Cuando despierta la bestia. Una historia austera, pequeña, con varias decisiones a destacar. En primer lugar, aparecen varios hechos rupturistas. El principal, que sea una mujer, o dos, la que se convierta en este monstruo, inaugurando la leyenda de la mujer lobo en el cine. Marie (Sonia Suhl) es la joven protagonista, y sostiene la película de punta a punta.
Vive con sus padres en un pequeño pueblo nórdico, en el que todos se conocen, en el que todos parecen saber algo que ella no. En la primera escena la vemos con su médico, buscando el porqué de unas erupciones en su piel. Y luego somos testigos de sus pesadillas sangrientas. Y de su vida familiar. También saben algo que ella no. No hay héroes en la película, todos son víctimas, pero el director empuja las acciones para que nos transformemos y enojemos junto a Marie, o al menos nos compadezcamos de ella.
Los cambios físicos que la atormentan, sus arrebatos violentos, parecen una reacción natural a su historia familiar, al maltrato de su primer trabajo en esa isla de pescadores. Y una sensación de venganza recorre el filme. El director trabaja pocas escenas, exteriores e interiores, que en su alternancia construyen un clima de opresión poderoso y omnipresente. El padre de Marie esconde la verdad, pero su madre, postrada en una silla de ruedas, medicada, es su conexión con el mundo. Junto a Daniel, el distinto del pueblo.
Como en todo filme de terror, el tema es comprar o no lo monstruoso, lo sobrenatural. Y allí se vuelve más previsible, frío, como la geografía del lugar. Pero hay una metáfora fuerte entre esa bestialidad sangrienta y la crueldad del entorno, que Marie sólo puede enfrentar convirtiéndose el lobo.