Es tan azarosa la distribución local, tan impredecible en términos conceptuales, que resulta imposible establecer un parámetro de conducta del público. En un año calendario puede llegar una de Nueva Zelanda, tres de Brasil, una de Uzbekistán y una de Venezuela. ¿Las razones? No hay. Pueden ser variadas y de un rango de criterio tan amplio como difuso. Desde un recorrido por festivales con varios premios hasta una relación de oferta según el año de producción, es decir, traer una película en el año de su estreno es mucho más caro que hacerlo dos años después, cuando ya el recorrido y la edición hogareña están consumados. Jamás va a ser porque los distribuidores ven en cierto país del mundo un cine que merece ser conocido y reconocido, como tal obedeciendo a cuestiones artísticas y rentables a la vez. No. Para esto tenemos a la madre patria Estados Unidos, lugar de donde sí estamos dispuestos a traer cualquier cosa. En los albores de un 2016 que en perspectiva va a estar lejos de los más de 50 millones de entradas vendidas, el año pasado ya tenemos estrenos de tanta variedad de países que nuestra cartelera parece la feria de las naciones. ¿En la variedad está el gusto?
Así nos llega “Cuando despierta la bestia”. Viene de Dinamarca.
En un pequeño pueblo, María (Sonia Suhl) está en plena adolescencia. La cita con el médico a la cual asistió le dejó, según vemos en su expresión, más dudas que certezas luego de un chequeo completo. En casa cumple con algún quehacer, pero sobre todo con asistir a su madre Mor (Sonja Richter) postrada en silla de ruedas en un estado de ausencia, producto tal vez de la medicación que debe tomar. Su padre Thor (Lars Mikkelsen) sí está bien, pero parece que anda en otra cosa.
La adolescencia terminó. Ahora a trabajar. En su primer día en una planta procesadora de pescado no la pasa nada bien, en especial porque se siente observada por sus compañeros, como si supieran algo que ella no. María siente que algo raro sucede, con la gente respecto a ella y con su propio cuerpo que está sufriendo importantes cambios físicos.
Lejos de un planteo Kafkiano, “Cuando despierta la bestia” es otra muestra de un cine de terror que utiliza los elementos del género en forma simbólica para, en realidad, hablar de otra problemática. La de los prejuicios y la de los cambios en una adolescencia que tiene una brecha cada vez más grande e irreconciliable con las generaciones anteriores.
Hasta aquí la propuesta se entiende. El problema radica en cómo el director Jonas Alexander Arnby la lleva adelante direccionada hacia la metáfora, pero olvidando que el género del terror necesita de una mínima dosis de verosímil para que el espectador pueda creer en lo que está viendo. Se toma un buen tiempo para hacernos conocer a María, sus miedos y sus motivaciones, o sea para cuando la licantropía entra a jugar su juego la dosis de información está balanceada con buena pulsión narrativa, pero luego la parte correspondiente al terror queda acéfala de explicación.
Si esto fuese a favor de profundizar la temática adolescente y los miedos a los cambios que produce el inevitable paso a la vida adulta (con responsabilidades incluidas) estaríamos frente a otro tipo de película. De todos modos, aun quedándose a mitad de camino entre las dos propuestas, “Cuando despierta la bestia” tiene más alcance que toda la saga Crepúsculo, 2008/2012 (por mencionar un producto centrado en la adolescencia y sus cambios). Habría que ver luego cuanto impacto tiene una película de estas características. Para los fanáticos del gore y del género del terror le faltan cosas. Para los analistas de estos temas le sobra.
El tratamiento cinematográfico es muy generoso visualmente, en especial con la fotografía de Niels Thastum que maneja brillantemente los sepias y los grises para instalar la dureza geográfica y climática de la comarca escandinava. Lo mismo sucede con la música equilibrada entre el paisaje y el horror.
Una producción entretenida que actúa de manera conservadora como para no cometer excesos, a lo mejor está bueno tomar más riesgos.