Desde Blood & Roses (1960) de Roger Vadim hasta El ansia (1983) de Tony Scott, pasando por todas las criaturas lascivas de la productora Hammer y el español Jess Franco, la mujer vampiro fue siempre una invención eminentemente sexual. Recién la sueca Déjame entrar, de 2008, transforma al clásico juego de sangre y semen y lo traslada a una relación de preadolescentes, donde una chica vampira toma a su cargo a un chico confinado al bullying escolar. La figura de la mujer como espécimen sobrenatural, paria y consustanciada con los débiles, una suerte de supermadre (no una heroína; una desclasada), se resignifica en este film que, por ser danés, comparte el origen, por demás subrayado por la crítica, de la notable Déjame entrar. Marie (Sonia Suhl) lleva en la sangre los genes lobeznos de su madre Mor (Sonja Richter), sospechosa de haber almorzado años atrás a un cuerpo de marineros rusos. En la pequeña ciudad costera, no cabe duda de que Mor es loba y su hija va en la misma dirección. Pese a los cuidados de Thor, su padre (Lars Mikkelsen), Marie se escapa con un muchacho y una escena en un barco mercante traerá memorias de la silente Nosferatu. Cuando despierta la bestia es un film melancólico, turbulento, y un válido intento por hacer del horror arte.