Cuando el amor es para siempre

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

My own private love story

Una rara combinación de sordidez y de inocencia, de dolor y de belleza, caracterizan a los mejores trabajos de Gus Van Sant (1954, Louisville, EEUU). Ya en algunas de sus primeras películas, como Drugstore cowboy (1989) y My own private Idaho (1991) demostraba un talento particular para alear lo oscuro y lo luminoso, logrando que entre las angustias cotidianas de adolescentes adictos o dedicados a la prostitución, irremediablamente desamparados, asomaran destellos de ternura, de hermandad, de poesía.
Algo de eso hay en el fondo de Restless, que describe el encuentro de Annabel, una cándida chica que padece una enfermedad terminal, con Enoch, un joven introvertido que ha perdido a sus padres en un accidente. Es bienvenida su mirada desprejuiciada sobre la muerte, rozando ligeramente algunas cuestiones delicadas, porque sorprende e inquieta a los espectadores sin herirlos.
Sin embargo, el film hace de Annabel y Enoch una pareja de aspecto premeditadamente dark y frescura impostada, cuyas acciones parecen consecuencia de la labor de un guionista astuto (el bisoño Jason Lew) antes que de las espontáneas experiencias de dos seres creíbles. En algún momento Restless se burla de las convenciones melodramáticas, con una escena lacrimógena que termina siendo, en realidad, una dramatización de la pareja –un guiño caprichosamente metido dentro de la trama–, pero, al mismo tiempo, no elude escenas previsibles, más propias de un telefilm remilgado que de la obra de Gus Van Sant. El resultado recuerda tanto al tipo de comedias dramáticas con melancólicos freaks y familias disfuncionales que llegan a los cines después de recibir la bendición del Sundance, como a la recordada Love story (1970, Arthur Hiller).
La audacia y la libertad que Van Sant puso de manifiesto en varias de sus películas más recientes (Gerry, Last days, Paranoid Park, ninguna de ellas estrenadas comercialmente en Rosario) apenas se insinúa en escenas aisladas, como cuando Enoch mira a la hermana de Annabel a través de un calidoscopio o en el encuentro íntimo de la pareja –silencioso, penumbroso– en una cabaña aparecida casi mágicamente.
A su favor, Restless (mejor ignorar el título en castellano) cuenta con el ingenuo pero simpático recurso de una suerte de amigo invisible de Enoch, la creación de una atmósfera melancólica a partir de pequeños detalles y de una sedante banda sonora, y, sobre todo, el carisma de los protagonistas: el casi debutante Henry Hopper, con cierto look James Dean (no podía ser de otra manera), y la angelical Mia Wasikowska, que en el cine ya había sido Alicia y Jane Eyre, nada menos.