En tiempos de empoderamiento de las mujeres, al grito de #niunamenos o el cinematográfico #timesup, films como el de Bill Holderman sólo refuerzan el lugar que el patriarcado destina para nosotras.
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Cuatro amigas de sesenta años, juntas desde la juventud, se reúnen todas las semanas en su club de lectura. Hasta ahí bien, se evidencia la sororidad. Pero los libros que “analizan” es la trilogía de E. L. James de Cincuenta sombras de Gray, donde una joven inexperta sexualmente, debuta y se enamora de un “sadomasquista” millonario (versión edulcorada si las hay de esta práctica sexual, versión moderna de Cenicienta al fin y al cabo). Las similitudes entre esta joven y las cuatro protagonistas: son profesionales (bueno, casi todas, la narradora del film es ama de casa) pero lo que las define es su estado civil. Una casada (Mary Steenburger), una soltera (Jane Fonda), una divorciada (Candice Bergen) y una viuda (Diane Keaton): como si la relación con los hombres fuera algo constitutivo y determinante en sus condiciones de mujer. Ni hablemos de que el cine mainstream problematice sobre la sociedad de consumo (todas son ricas, viven en casas imponentes, se la pasan de compras) ni de las familias heteronormativas (sólo aparecen tres figuras de hijos: un hombre a punto de casarse, una joven que es madre y otra que está embarazada).
No se le puede pedir peras al olmo, el cine clásico es normativo. Pero francamente molesta el falso progresismo, en el que las mujeres protagonistas son capaces de llegar a juezas o empresarias, pero el relato mantiene el rol que el patriarcado nos asigna: la obligación primera es siempre para con la familia, la belleza física es primordial y, sin importar nuestras capacidades, somos seres emocionales por naturaleza. Una cosa queda clara: por algo las protagonistas son mujeres de 60 años. Ninguna mujer que se sepa joven, por edad o por espíritu generacional, puede seguir tolerando este tipo de cine.