Una madre que se define como “muy buena madre pero no muy cálida“ que además recuerda a su propia madre como “una heladera, como una marcha militar“ por sus rasgos de dureza, falta de cariño y poco contacto afectivo, es, de por sí, un personaje interesante en el cual bucear.
Así se presenta el personaje de Marilú Marini en la película que marca el debut como director de Julio Chávez, “CUANDO LA MIRO” con un guion escrito junto a Camila Mansilla, dramaturga con la cual ya han escrito varias obras de teatro (como “Inés”, “Un rato con él” o “Después de nosotros” entre otras) y junto a la que una vez más indagan sobre los lazos familiares y ponen mayor foco en los vínculos filiales y en la figura de una madre sumamente particular.
A pesar de que se comporta como un hijo único (permanentemente se la nombra a Eva, su hermana, pero no aparece en pantalla) Javier es un artista plástico que en medio de su proceso creativo, decide comenzar a filmar conversaciones con su madre que se construyen como un doble camino entre la construcción de una narrativa documental y la propia indagación del árbol familiar.
En esas conversaciones de tardes compartidas en su departamento, comienzan a aparecer una reconstrucción de los recuerdos y de los sentimientos que se despertaron en esta madre. Frente a la llegada de Javier, a quien ella describe como un bebé hermoso al que no pudo amamantar –y eso ya ha quedado como una marca indeleble- pero al que siempre se ocupó de sobreproteger a su manera. A través de esos diálogos frente a la cámara atenta de Javier, ambos profundizaran sobre su propio vínculo e indagarán sobre cuestiones familiares y anécdotas de tiempos pasados. Así llegarán a abordar zonas más íntimas de su madre, la relación que tuvo con su marido (el padre de Javier que es indudablemente un personaje desdibujado frente a la potencia y fortaleza de carácter que presenta esta madre) con el que sexualmente confiesa que no se llevaban del todo bien y que si bien lo quería no ha sido su gran amor, y donde van reconociendo sus fortalezas y sus debilidades.
Pero lo primero que llama la atención en la dramaturgia de Chávez/Mansilla es una cierta contradicción en la construcción de este personaje principal, que a sus 81 años de edad, no tiene ningún tabú en hablar frente a su propio hijo de la masturbación, de sus infidelidades, del deseo sexual –y de la pulsión sexual que siempre fue un elemento importante en su vida-, de ciertas decisiones límites que tuvo que tomar empujada por su marido y su hermana y que, sin embargo, se sigue mostrando tan avergonzada de la sexualidad de su hijo y asombrada de que Javier no sienta deseo por las mujeres.
Lo mismo sucede con algunas frases que parece pertenecer a una mujer más estructurada y no tan “de avanzada” como se la muestra en alguna de sus confesiones, sosteniendo algunos arquetipos como que “la madre siempre tira más por el hijo varón” o que “no se te nota tanto como a otros” refiriéndose a la homosexualidad de su hijo, mientras hablan de los que opinan los vecinos.
Chávez elige en su opera prima, presentar un puesta en escena sumamente teatral, un espacio que él domina y que le permite a través de acercamientos y primeros planos, bucear en la profundidad de sus personajes (hay algunos roles secundarios de mínima participación pero que no tienen una gran preponderancia en la trama) y penetrar en ellos con gran pericia.
Aun con algunas situaciones donde los diálogos madre-hijo suenan algo artificiosos o que no logran sostener demasiado el verosímil, el enorme talento de Marilú Marini y del propio Chávez en sus actuaciones, sostienen la estructura de “CUANDO LA MIRO” y logran momentos de gran conexión actoral, superando las flaquezas que presenta el guion.
Marini compone siempre sus personajes desde su exquisitez y ese manejo sutil de las pausas, las miradas y las inflexiones en sus líneas de diálogo que tanto la caracterizan. Se destaca sobre todo en sus giros más irónicos y en sus reflexiones sobre el rechazo a la vejez y a las complejidades de envejecer. Chávez la acompaña con otro gran trabajo, desde una cuerda de amorosidad frente a las confesiones y el recorrido de su madre por su pasado que permite desplegar el costado más vulnerable de su personaje y recorrer diferentes tonos y matices.
Sobre el final, el guion depara una sorpresa, un giro brusco dentro del relato que va a permitir, inclusive, volver a reformular y brindar un nuevo punto de vista frente al recorrido que había atravesado la historia y darle otro sentido a esos momentos compartidos, grabados frente a la cámara, con esa complicidad con la que se tejen los recuerdos.