El esquema/truco/trampa en el que se apoya CUANDO LAS LUCES SE APAGAN es simple pero ingenioso. Como dice el título local (el inglés es un más directo “Lights Out”), cuando eso sucede aparece el monstruo/criatura en cuestión, la que aterrorizará a los protagonistas de este compacto, simple y efectivo filme de terror. La “vuelta de tuerca” es igual de básica y creativa: cuando las luces se prenden, la criatura monstruosa desaparece. O no se la puede ver. Solo tómense el trabajo de prender y apagar la luz de algún cuarto de su casa y entenderán claramente la cuestión. Es así de simple.
Pero no es tan sencillo de resolver, finalmente, porque la criatura puede entrometerse también con la iluminación y poner en peligro a los protagonistas, que en este caso son los miembros de una problemática familia. El primero en caer, en la escena inicial, es el padre (Billy Burke), en su fábrica. Quedan en pie su algo trastornada mujer (María Bello), quien tiene el habito de hablar sola, el asustado hijo de ambos (Gabriel Bateman) y la hija de ella de un anterior matrimonio (Teresa Palmer), quien dejó la casa familiar y casi no tiene contacto con su madre. Hasta que los problemas en el colegio de su medio hermano (se queda dormido en clase ya que los raros comportamientos de su madre lo mantienen despierto por las noches) la obligan a tomar cartas en el asunto.
Es evidente de entrada –la película equivoca el camino, a mi gusto, mostrando la criatura en cuestión demasiado rápidamente– que la locura de la madre está relacionada con este ser que actúa en la oscuridad. Y CUANDO LAS LUCES SE APAGAN no se demora demasiado en ponerlos en acción: luces se prenden y apagan, la criatura empieza a atacar a quienes se acercan a su presa y estarán luego tanto las explicaciones del caso (ligadas al pasado) como la puerta abierta a una secuela que, a juzgar por el gran éxito de esta película producida por James Wan (costó 5 millones de dólares y lleva recaudados 28 millones en solo cinco días en Estados Unidos) no tardará en aparecer, cuando las luces de la sala de cine se apaguen otra vez.
La película tiene otro punto a favor para ser un éxito: Wan, el productor, es el realizador de EL CONJURO 2, que se acerca a los 2 millones de espectadores en la Argentina, algo nunca visto en una película de terror aquí. Si a eso se le suma el creciente éxito en todos los formatos de las historias de terror (ver el fenómeno de Netflix, STRANGER THINGS, por ejemplo) estamos hablando no sólo de un seguro suceso comercial sino de la prueba de que el cine (y la TV) de terror está atravesando otro de sus altísimos períodos de gran convocatoria acompañado, por suerte, de productos de bastante digna calidad y no solo de repetitivas secuelas y remakes.