"Producida por el director de El conjuro", reza, a modo de señuelo, el afiche de Cuando las luces se apagan. Pero si la referencia a James Wan hace suponer un film a la altura de su obra como realizador, hay que decir que no serán pocos los que saldrán decepcionados de la sala. Es que la película del joven David Sandberg -versión expandida de un corto suyo de 2013- cae sin remedio en lo que, salvo honrosas excepciones (justamente Wan es una de ellas), ya es una patología que padece el cine de terror actual: una idea interesante que no se logra capitalizar del todo y cuyas carencias son disimuladas por sustos efectistas y aisladas vueltas de tuerca.