Todo oscuro, sin estrellas
Cuando las luces se apagan, la nueva película producida por James Wan, cuenta con una sucesión de sustos predecibles y una trama trillada.
Hay una manera de abordar el terror que consiste en asustar con recursos un tanto violentos, como el repentino aumento del volumen para que el espectador salte de la butaca. En inglés este mecanismo se llama jump scare (saltar del susto), una técnica propia del género.
Pero el terror no se basa sólo en el susto, sino también en la construcción de la atmósfera, la tensión, el suspenso, el cuidado en la trama y en los personajes. Y esto es justamente lo que falta en Cuando las luces se apagan, la nueva película producida por James Wan, el celebrado director de la saga El conjuro.
James Wan es en la actualidad el principal exponente de esta manera poco interesante de hacer cine de terror. Sin embargo, las películas que dirige son harto mejores que las que produce, como si sólo él tuviera la capacidad para hacer de una fórmula remanida algo verdaderamente terrorífico.
La idea de Cuando las luces se apagan es prometedora. Una extraña entidad cobra vida cuando las luces se apagan; la luz es lo único que puede ahuyentarla. El debutante en la dirección David F. Sandberg parte de una buena premisa, pero la arruina con la incorporación de elementos traídos de los pelos, como la trillada explicación psicológica para justificar la aparición sobrenatural y darle verosimilitud a la historia.
Teresa Palmer (especie de Kristen Stewart clase B) interpreta a Rebecca, una joven independiente que quiere empezar a hacerse cargo de su hermano menor, ya que Sophie (Maria Bello), la madre de ambos, padece una inestabilidad emocional que pone en peligro al niño. Cuando las luces de la casa se apagan, Sophie empieza a hablar con una supuesta amiga llamada Diana, una suerte de espíritu amenazante que vive en la oscuridad.
El filme está lleno de vicios perjudiciales para la salud del género: la mencionada explicación psicológica, golpes de efecto desprovistos de sentido, relación endeble de los personajes (Rebecca tiene un novio al que no se sabe si quiere o no), falta de preocupación por el plano y poca inteligencia para desarrollar algunas cuestiones de la trama (como la rivalidad entre la madre y la hija por la tenencia del menor).
Los personajes son inconsistentes y la mayoría de los sustos son poco efectivos porque pecan de predecibles. Tampoco hay novedad argumental ni una vuelta de tuerca digna. Su única virtud es que dura apenas 80 minutos.